Imagen: Juan-Antillón-Montealegre
DESABRIGO DE LA PIEDRA
Allí madurado el cierzo sobre la
piedra, el desabrigo del tiempo como un cripta.
Allí el epitafio quemado de las
ventanas, la gota de semen en lo hondo del país.
Allí en la siete esquinas del
pan, los comensales multiplicados por siete.
Allí en la imagen que nos dan los
cascos, los caballos en estampida mordiendo
los aleros del sinfín. Los mismos
sueños a ratos putrefactos.
Allí en las manos agrias del
calendario, los ángeles sin alas de la terrenalidad.
Allí en el país de sal, la
vigilia imperceptible de las estatuas, las disensiones
y los miedos, los estallidos
luctuosos de la memoria.
Allí estructurados los
anonimatos, quiénes leen los estatutos del pulso y lamen
la grieta corrosiva de los
estornudos.
Allí quebrado el trajín, crujen
los encajes y el alambique de los ecos.
(Siempre es cuestión de días para darle nuevo rumbo a la historia.
Nunca pasan
años sin que veamos de cerca la desolación de las entrañas.
Uno sabe qué lumbre alumbra los imposibles: siempre estamos al
frente
de certidumbres necesarias: hoy, mañana o pasado, lo mismo, el
mismo roce
salvaje en las aceras, los mismos golpes de pecho humedeciendo la
noche.
Uno siente la sed y el ijillo desnudando el pecho, mordiendo o
rompiendo
los calcañales. Al cabo uno se agrieta de fiebre al sólo
sobrevivir.)
De pronto uno quiere cruzar el
tren de la lluvia caminando uniformemente sobre
las aguas, pero éstas se
excusan de sus alas líquidas, o de su boca hecha
para la pobreza. Uno sabe de las
moscas que se apiñan en torno al miedo.
Vos lo sabés cuando hay una
tendencia a emular las bondades del mercado…
Barataria, 07.II.2016
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