Imagen cogida de la red
TRASTIENDA
Dentro del armario de la memoria,
todos estos años de fatídicas rendijas.
Sobre la poca luz de la noche, la
fotografía amarilla de paraguas y sombreros,
la vigilia y su extraño hollín a
quemarropa, las aguas turbias de la modorra:
uno sabe —después de todo— de la
sombra de humo en la boca,
sabe de los cálculos políticos en
la ruralidad del país, uno entiende la trastienda
del día y su feligresía;
mientras por otro lado, suenan
los rayos de la intemperie, o ciertos carnavales, hermetismos, o ciertos
cónclaves a puerta cerrada.
Además de los días sumergidos, el
mundo talla sus herrajes.
Los baúles y sus minucias se
clavan en las pupilas, luego se respiran epitafios
de héroes desasidos, doloridos en
su protagonismo de náufragos.
¿Qué hay detrás del desvelo y la
desesperación, de las palabras inimaginables,
del hombre nuevo? —Por cierto que
hemos confundido la integridad;
la conjetura parece ser la moneda
de uso normal,
la historia se obstina a sus
propios fuegos, ningún despojo puede ser salvado
por esos simples actos de fe a
los que estamos acostumbrados.
De pronto, uno tiene que escoger
entre el fanatismo y la buena saludad:
a la altura del aliento, están
los ataúdes de lo incierto, o esa gota de sueños
que se convierte en pillaje. Cada
vez se van disolviendo los andenes
de esa transtienda siniestra, en
donde ya no es posible lo velado e inmóvil.
Importa, —mientras hago
comestible la risa—, ver las anclas de la ropa sucia colgada del insomnio
disfrazadas de relámpagos.
Barataria, 16.II.2016
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