Imagen cogida de la red
PEÑASCOS
En el sermón del granito, la
sombra como un clavo encanecido en mis sienes.
El tiempo se encarga de
superponer diversas igniciones.
Ahora lacera el cuerpo, todo el badajo
áspero de los farallones, la sombra
apócrifa de la niebla en mis costados,
la sastrería derretida de la
lluvia en el ojo perforado del vacío.
Brama el cuerpo ante los dedos
rompientes de la piedra adentro del vértigo,
o de la fosa ataviada de imanes.
No sé si tiene sentido el montón
de fotografías que llegan a mis ojos:
el camino destruido, el tren
inverosímil de las embarcaciones, la yedra amarga
de barcos, la ceniza abundante en
el pájaro del tejado.
Uno no se encuentra a diario con
columpios, alelíes o trencitos de madera;
sino con el grafiti oscuro y
desafiante en los hombros, con la neblina y ceniza
en la epidermis, con esas ojeras
danzantes de la noche en derredor del aliento.
Todo sueño y memoria son
transitorios hoy en día; en el espejo de la sed
el paraguas presentido del
viento, o solo el artificio de la sombra en la boca.
(Ante el aullido únicamente queremos enguantar nuestras
debilidades;
devorar la maleza que trae consigo la muerte,
desenmadejar las muchas infancias perdidas en el ovillo de la
historia.
En este nido de piedra, se suicidan los cofres de la soledad, y
las sombras
con sus horribles erecciones y las brasas con sus exhaustos
estertores.)
No sé si mi sombra pueda seguir
calzada con féretros, a espaldas de los sueños.
Barataria, 29.VIII.2015
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