Imagen cogida de la red
FIRMAMENTO
Bostezan las grietas del
firmamento como esos viejos esplendores del oleaje.
De no haber recuerdos
despertaríamos sin paracaídas.
A veces le quitamos con desmesura
lo pegajoso a los vacíos, o al tacto
que rota en una ráfaga de
gaviotas.
Ante el cambio de estación de los
muñones, olvido las pócimas de memoria
que he perdido junto a la piel
lacerada por los girasoles.
Uno camina a través de los
sudarios de la noche para enterrar el caballo
del olfato, la estampida a
quemarropa de los fósforos, el mercado
de las postrimerías con todos los
bolsillos vapuleados.
Toda el alma llega a un punto de
lo inaudito: ¿existen los manubrios
de los brazos, el convoy de
alientos como una sonaja?
En el firmamento incinerado del
minuto, cabe el contrabando de la sed,
y los funerales que sorben la
piel.
En el mundo interno de la
caverna, la carne sea con nosotros.
Desventurado el párpado ante los
murciélagos: en la aldea se enarbolan
al unísono los espejos, mientras
la ceremonia sigue su enmarañamiento.
Nada nos ofrece el firmamento,
salvo la elegía agolpada de los moscardones,
salvo el tímido invierno sobre el
quinqué,
salvo los pujidos hondos de la
granazón que se vive en los sueños.
El zumo nos llega como la
hojarasca podrida de la tristeza; en cada infancia,
el tiempo guarda sus látigos de
oscuridad: contrario a la ternura, el sinfín
como una brasa oscura, páramo
atornillado en los zapatos…
Barataria, 02.IX.2015
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