Imagen cogida de la red
DIGRESIONES
Ya
por añejos vinos,
corre
sangre, corren caballos negros, corren sollozos, corre muerte,
y
el sol relumbra en materias extrañas.
Sobre
el fluir fluyente, abandonado, entre banderas fuertes,
sujeto
tu ilusión, como un pájaro rojo,
a
la orilla de los dramáticos océanos de números;…
Pablo
de Rokha
Lo oscuro a
menudo se puede descifrar junto a la claridad de la escritura. Late el pájaro
de la flama en la cuenca de las manos: el ala guarda en su memoria múltiples
olvidos, los fósiles del silencio de la
medianoche del día. Entro todos los días a esta ceremonia de cansancios,
escribo mientras sangra el aliento: un cuerpo junto al otro embestidos,
cristalizados, o arados en la epidermis. Cumplo con los deberes del alba, pero
la sed es otra; la brisa posesa del firmamento. Entre el quinqué de las
luciérnagas, veo al cordero cumpliendo la faena de las tantas muertes con
máscaras sudorosas de alfileres. (Vos,
amor, cálida y purísima, como el ojo recién nacido del día. Intensa en tus
palpitaciones, densa en tu sexo, fosforescente en el sofoco de las sábanas.
Mientras todos callan, amor, el país se abre a lo fúnebre, ¿qué fue de la
fraternidad, cuando el granito de ira u odio socava pies y manos? Hay días que
ciertamente envejecen acaso por el terror. A veces quiero beber tu profunda
noche, la honda materia que me arrodilla. En las mañanas la bandera del
horizonte aterciopela el aliento, el tenso árbol que de continuo se rehace. ¿Vendrá
la calma después de esta costumbre del desamparo y de hosca realidad? ¿A qué se
reducen nuestros sueños, si apenas somos instantes, tiliches de las sombras? Súbete
hasta deshacer mis vestiduras; muerde el cántaro del aleteo; lee el centelleo
echado a la respiración, al tacto que roza la herida, dame todo el olor de
animal desarramado y coge el bastón desollado del alfabeto. Cierro los ojos
para verte tendida en la intemperie.) A menudo me pasa que pierdo las
palabras, se fuga la luz; apenas me queda el azogue de las paredes con un
amargor de extraños pájaros. Ya no sé si pueda soportar toda esta fecundación
de muertes, todo este silencio obligado, todos los cuerpos inocentes en la
sombra. Estoy lejos del paraíso y cerca
de muchas dudas. Allí, en el candil que gorjea, también el instante puro de
luz. Pero algo hace que me quede inerme; el trueno de las calles es inevitable
como lo es el susurro del vómito en nuestras sienes. A menudo es un sacrilegio
oficial hablar de violencia, pero no de tumbas, ni de esos logaritmos en los
retretes, ni del aforismo de los moscardones, ni de las larvas que se nutren de
nuestros zapatos. Nadie absuelve a nadie en este reino de prostíbulos y
quirófanos siniestros. Al otro lado de la noche, hay otra luz y no esta
herradura del tamaño del universo. Desde el poema uno agrega sonambulismos a la
ropa y a todas las calles de la piel donde respiraron los caballos de la
fogata. Uno pedalea sobre las aguas de la conciencia, muerde el arroyo de los
pañuelos y calla. Al final, solo aspiro a despertarme, aunque la zozobra no
lave la ropa sucia, ni adentro de los excusados, deje de haber moscardones. De
pronto, me da por escuchar a Led Zeppelin, Black Sabbath, o un blues de
Muddy Waters, o de B. B. King. Uno no
sabe por cuántas monedas hay que cambiar el otoño, o eliminar las cucarachas a
nuestro paso, o sobre el mantel. Ay,
poeta don Pablo de Rokha, usted tiene razón: “a la orilla de mí las hienas
lluviosas y envenenadas de "Dios" rajan la sábana de luto del tiempo
con las ganas quebradas y ensangrentadas.” El grito es el dolor manifiesto de
los laberintos.
Barataria, 08.IX.2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario