Se han quebrado los brazos en el quicio de la puerta: la bruma
hace más densas las distancias; pierdo en la ceguera de la noche,
los puntos cardinales de la conciencia,
la respiración de los regresos o las partidas: siempre es igual:
la banca vacía del alba, el fragor de la herrumbre,...
FUNERAL DE LOS BRAZOS
Pero tengo estas estúpidas ideas de noche
cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
RAYMOND CARVER
Se han quebrado los brazos en el quicio de la puerta: la bruma
hace más densas las distancias; pierdo en la ceguera de la noche,
los puntos cardinales de la conciencia,
la respiración de los regresos o las partidas: siempre es igual:
la banca vacía del alba, el fragor de la herrumbre,
aceptar sin brazos los ahogos, cansados los dinteles,
ahogados los sueños en el círculo del saltacuerdas,
rasgar las escamas de la sombra, mientras la ventana permanece
incólume, limpia de pájaros,
ausente de caballos infinitos, cubierta por el musgo del acantilado.
Siempre es así cuando el polvo del polen se hace piedra:
cuando reptan hacia la memoria todos los recuerdos,
los brazos enteros que no nacen del cuerpo,
la tangente de la trementina cuesta abajo, los mediopuntos
envolventes del humo, las telarañas reposadas en las pupilas.
Los días sangran comejenes de pútridas legumbres;
los brazos, hamacas de hielo donde las estatuas hacen penitencia:
—llueve ceniza en las manos del aire,
ascienden los sentidos hacia la garganta de la nada,
exaspera la mudez de las sillas, el granito del quejido como culpa.
A menudo la lengua es desconcierto de taburetes:
murmullos, remolinos,
arados de apuntalado desencanto,
memoria que espera en la piedra de los dedos,
días que no escuchan, ni el aroma se hace visible en los jardines.
Durante los silencios del suspiro, el silencio mismo dispersa
los gritos, los amuletos escondidos en el anhelo,
los dedos lisos de tanto fregar la limonada: hojas, bocas muertas,
funeral de abejas en el sudor, ángeles borrados por la tiza
de la agonía, limosna de ciega demencia,
alforjas que no guardan el aliento, sólo crían polilla como el agua,
la sed, en pañuelos de sal.
No caben los ojos en toda la tierra del horizonte.
No hay otra respiración igual que las mareas; y, sin embargo,
ante el ahora, preparo las exequias de los brazos. Es definitivo.
Ya siento la cortina de tierra en los poros: los cráteres ardidos
de las antorchas, los carámbanos de las velas, la colilla del incienso,
los naipes sobre la acera, la lengua salida como tantas noches
de espera absoluta: aquí concluyen las aguas su última mordida,
la miel del seno que no transfiguró los jardines,
la negación que siempre fue el calendario de todos los días.
Este es el final de los brazos: hay silencios y noches y murmullos.
Barataria, 23.II.2011
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