Por años esta peregrinación de los dientes. En ninguna piel
La claridad necesaria para subir la escalera remediable: la piedra, ahí,
en los zapatos, la negación hiriente de las mañanas.
Jamás ha habido ternura en este trajín del nomadismo del alma:
y aunque ahuyento a mis propios demonios,
CUENTA DE LA PEREGRINACIÓN
La lámpara de mi corazón echa a andar y enseguida le da hipo la proximidad de los atrios
Siempre he sido atraído por aquello que no se precavía
Un árbol elegido por la tempestad
ANDRÉ BRETON
Por años esta peregrinación de los dientes. En ninguna piel
La claridad necesaria para subir la escalera remediable: la piedra, ahí,
en los zapatos, la negación hiriente de las mañanas.
Jamás ha habido ternura en este trajín del nomadismo del alma:
y aunque ahuyento a mis propios demonios,
me quedan acechando los ajenos, la sal chirreando en el aceite,
la cebolla consumida como una llave herrumbrosa.
Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, he andado
en trance, al borde del abismo, propiedad del vejamen,
centella oscura del badajo,
tejado donde la carne despierta en ceniza.
Como Ulyses, como los viejos mares hundidos en el basalto,
voy en medio del diluvio y de los abrazos simulados;
los techos ahogados en el pozo de la infamia: sobre los tapiales
conspirativos de la sal, prospera el ojo maligno. —pareciera que esta
vida mía hubiera sido concebida en la noche,
con la escalera de los poros propensa a las sales líquidas
de los sombreros: cada peldaño cuenta como mi propio itinerario,
cada prescripción de los diversos cataclismos.
La espuma desclava su tórax en cada ola, igual que las moscas
en el saco podrido de las frutas;
pero aún puedo caminar con pensamiento y zapatos raídos,
con la mano hurgando las monedas de la fe,
con el portafolio en la mano, del inventario de peces que llevo
en la boca: endurecidas navajas de los páramos.
Siempre que vislumbré la proximidad de una silla, el viento, el horizonte
resquebrajó la madera,
hasta convertir en escoria, sueño y carne.
Frente a cada miseria que fue mi propio traje, no tuve otra salida
que conspirar desde la oscuridad de los libros, desde aquellos
trenes que le dieron sentido a mi infancia: —pájaros, una y otra vez,
como araucarias en mis pupilas, como mapa del paisaje.
Aún hoy no ha concluido este sombrero de la niebla: atravesamos
juegos, colores, alegrías, arco iris a punto de perderse
en la vocales, sapos, fosas, cloacas,
sueños anochecidos debajo del dolor, piernas a punto de volverse
malolientes locomotoras,
duro pan del crimen heredado en los ojos, —todo en esta peregrinación
de mercado y salmuera, de mundo poco benévolo,
sombra extraviada en la ferocidad de la ternura: en la noche un blues
rompe mi alma con su brasa de tiste rebeldía, negras claridades
del sonido en mis sienes torpes de pájaro hambriento.
Nunca ha sido fácil salir indemne del desamparo; siempre, en cada
Trayecto hubo mutilaciones: días donde la Patria es insoportable;
Y su sabor nos sabe a quinina…
Barataria, 13.II.2011
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