Uno no sabe si esta rutina de exterminios, es sólo el camino natural
de la ráfaga o si, las tautologías se volvieron la exacta multiplicación
de las respiraciones, si la ambigüedad es ese otro pergamino
donde se testamenta el pensamiento de las gaviotas;
Ilustración tomada de pruébame-blogger
AMBIGÜEDADES
Entre los escombros,
Cuando al fuego dormita el can,…
RUBÉN DARÍO
Uno no sabe si esta rutina de exterminios, es sólo el camino natural
de la ráfaga o si, las tautologías se volvieron la exacta multiplicación
de las respiraciones, si la ambigüedad es ese otro pergamino
donde se testamenta el pensamiento de las gaviotas;
vivimos entre las falacias de ciertos racionalismos: nos ahoga
el insecticida contra las moscas, los Pactos Nacionales del consenso,
la condición de Hollywood en la barra de códigos del azúcar,
la vejiga sinfónica de la orina,
el escombro que van dejando los cangrejos,
la purga que debemos tomar que no nos haga daño el ayuno.
(—De pronto y en medio de toda supervivencia, me asaltan tus muslos
desordenados, el agua en tránsito de tus encajes,
la espesura del aroma donde se congrega mi lengua;
desde luego me detengo a balbucear en tu piel de granero:
ingreso a las ramas del júbilo abriendo las puertas oscurecidas,
sintiendo la abundancia de la canela,
el húmedo esplendor del respiro.
Con vos prolongo el propio invierno de mi vida: bajo a las vocales
de las arterias, subo después al sacramento del césped.
Entre tanta orina y criminalidad en las calles,
entre tantos compulsivos mesianismos,
prefiero el Lempa terrenal de tu sábana, el fuego de los indicios
seminales y no ese otro escombro del perro que dormita en la intemperie.
Vos, armas de lámparas mi memoria;
y braceas sin vestido en el río de la ventana.)
Los periódicos nos abren las esquinas de las sospechas: cada
transeúnte es la víctima potencial de pañuelos inéditos;
cada acera es proclama del aserrín y la ceniza. Y no es que uno sea
pesimista: la fe se ha ido perdiendo en los museos del albedrío,
en las escenas virtuales de la leche pasteurizada,
en la desnudez virtual de los faroles de la indiferencia.
En la cacofonía indigente de los embudos: —el desatino es el peor
enemigo: los sabios quedaron para el patrimonio de las sombras,
sobre todo cuando la desnudez aviva la carne.
—Es una lástima que ninguno de los dos tenga armaduras para
evitar los clavos desvencijados del alma; estamos indefensos
frente al olvido, pero también a esa almádana diaria del nosotros,
sin que sea equitativa la mesa a nuestra boca. (Vos y yo lo sabemos;
por eso nos dedicamos a contabilizar los cadáveres para luego
escribir un vademécum, un tratado de estatuas. A fin de cuentas
ya estamos acostumbrados a desplomarnos
y otra caída más, sólo sería ejercicio para muslos y huesos.)
Arde el basalto del paraguas en el pozo de tu ombligo.
De principio a fin, el diámetro de mis manos en dulce ráfaga de abeja.
Barataria, 05.II.2011
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