Bajo el mar, la tierra, las manos contra las paredes. Los conjuros
De la lengua en las encías, los estrechos caminos de la lucidez
Cuando el aliento ha sido ungido de inmundicias.
Años de sal desatada desde el cielo. Años donde se beben ríos
Invisibles. Patios mohosos del silbo. Hospitales próximos a la noche.
De la lengua en las encías, los estrechos caminos de la lucidez
Cuando el aliento ha sido ungido de inmundicias.
Años de sal desatada desde el cielo. Años donde se beben ríos
Invisibles. Patios mohosos del silbo. Hospitales próximos a la noche.
Ilustración tomada de la red
ESTRECHO ES EL CAMINO HACIA LA AURORA
Espera que la plancha haya quemado la camisa de rocío
Bajo el mar, la tierra, las manos contra las paredes. Los conjuros
De la lengua en las encías, los estrechos caminos de la lucidez
Cuando el aliento ha sido ungido de inmundicias.
Años de sal desatada desde el cielo. Años donde se beben ríos
Invisibles. Patios mohosos del silbo. Hospitales próximos a la noche.
Vastos caminos de mugre maceran los párpados. Estatuas viscosas
Lamen el cierzo. Reptiles enmarañan la hoja giratoria de la lluvia.
El humo del tiempo se hace pequeños tabancos de bocas y pimienta.
—Un día nos veremos en la cueva gelatinosa de las telarañas.
Andrajo de pupilas, lámparas ciegas para hallar la despensa
Del firmamento con sus largas trenzas de ocote.
Buscamos el otro camino a la aurora: los aleros del mantel remojado
De pájaros, el párpado redondo de los graneros,
La germinación adherida a las manos,
Y ese lienzo de profecías desveladas en el noveno círculo de la tempestad.
Buscamos en el lecho las aguas de las sábanas.
Ese soplo de los poros sin fronteras. La fiesta de las abejas
Con sus dioses, la puerta al mar y los barcos. La dulzura de la savia.
Nada es más desolado que el amor en un vaso de Nada.
Hasta el portento necesita de desahogos.
No de mercancías baratas. No de henchidas protuberancias
De relámpagos. No en los credos que enuncian piedras y agujas.
Permanecer en la respiración sana resulta inverosímil cuando
Alrededor hay abismos de vertical intolerancia.
Uno tiene que andar el orbe sobre guijarros. Sobre instantes
De difíciles piedras. La lucidez no está en las pompas de jabón.
Ni en los jardines colgantes del granito. Ni siquiera el olvido tiene
Estrellas fugaces. Ni la felicidad de uno vista por ojos ajenos.
Siempre la sonrisa se quiebra en la comisura de los labios.
Hay túnicas que hacen los caminos de hervores.
—¿Quién canta himnos de gloria al ras del suelo? Hay todo un mundo
Debajo de nuestras uñas. Desfiladeros triunfantes que no parecen
Serlo, invisibles sillas y habitaciones indemnes,
Entresueños en el gozne del orbe, crepúsculos sedientos de auroras.
Al final, por estrecho que sea el camino de la aurora,
Y la vida un dolor de cabeza permanente, la luz se abre,
Como un manso caballo del arco iris.
La luz sale a flote, siempre, por embudos y túneles, por más vidas
Hinchas de hedor, por más graznidos soñolientos en las encías,
Por más que se padezca la estrechez de gigantes penumbras.
Barataria, 23.IV.2010
ESTRECHO ES EL CAMINO HACIA LA AURORA
Espera que la plancha haya quemado la camisa de rocío
para hacer florecer en ella el reflejo del cristal escondido
BENJAMÍN PÉRET
BENJAMÍN PÉRET
Bajo el mar, la tierra, las manos contra las paredes. Los conjuros
De la lengua en las encías, los estrechos caminos de la lucidez
Cuando el aliento ha sido ungido de inmundicias.
Años de sal desatada desde el cielo. Años donde se beben ríos
Invisibles. Patios mohosos del silbo. Hospitales próximos a la noche.
Vastos caminos de mugre maceran los párpados. Estatuas viscosas
Lamen el cierzo. Reptiles enmarañan la hoja giratoria de la lluvia.
El humo del tiempo se hace pequeños tabancos de bocas y pimienta.
—Un día nos veremos en la cueva gelatinosa de las telarañas.
Andrajo de pupilas, lámparas ciegas para hallar la despensa
Del firmamento con sus largas trenzas de ocote.
Buscamos el otro camino a la aurora: los aleros del mantel remojado
De pájaros, el párpado redondo de los graneros,
La germinación adherida a las manos,
Y ese lienzo de profecías desveladas en el noveno círculo de la tempestad.
Buscamos en el lecho las aguas de las sábanas.
Ese soplo de los poros sin fronteras. La fiesta de las abejas
Con sus dioses, la puerta al mar y los barcos. La dulzura de la savia.
Nada es más desolado que el amor en un vaso de Nada.
Hasta el portento necesita de desahogos.
No de mercancías baratas. No de henchidas protuberancias
De relámpagos. No en los credos que enuncian piedras y agujas.
Permanecer en la respiración sana resulta inverosímil cuando
Alrededor hay abismos de vertical intolerancia.
Uno tiene que andar el orbe sobre guijarros. Sobre instantes
De difíciles piedras. La lucidez no está en las pompas de jabón.
Ni en los jardines colgantes del granito. Ni siquiera el olvido tiene
Estrellas fugaces. Ni la felicidad de uno vista por ojos ajenos.
Siempre la sonrisa se quiebra en la comisura de los labios.
Hay túnicas que hacen los caminos de hervores.
—¿Quién canta himnos de gloria al ras del suelo? Hay todo un mundo
Debajo de nuestras uñas. Desfiladeros triunfantes que no parecen
Serlo, invisibles sillas y habitaciones indemnes,
Entresueños en el gozne del orbe, crepúsculos sedientos de auroras.
Al final, por estrecho que sea el camino de la aurora,
Y la vida un dolor de cabeza permanente, la luz se abre,
Como un manso caballo del arco iris.
La luz sale a flote, siempre, por embudos y túneles, por más vidas
Hinchas de hedor, por más graznidos soñolientos en las encías,
Por más que se padezca la estrechez de gigantes penumbras.
Barataria, 23.IV.2010
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