PRÓLOGO
AL TREN QUE ZARPA
Durante el
frío, las fisuras de la intemperie y los tantos durmientes como médanos del
sueño. A cierta edad, se pierde la fosforescencia de los jardines: evocamos el
candil de los recuerdos para darle sentido a la ternura. Junto al poyetón de
los días ebrios, jamás cerró el ojo sus tentaciones; entre los episodios interiores
de la infancia, el viento con su hostal de campánulas. Luego la sal desorbitada
de las estaciones y el mundo a ratos desvanecido de las sábanas. En la ventana
de la niñez, desnudos los colores y la luz, el tronco encendido del invierno y
sus trenes de muchas estaciones. A ratos, todo vuelve a ser y no ser: ¿Qué aromas del sueño nos dan
su clamor? ¿Qué agolpamientos nos arrancan el alma? ¿Hacia qué rumbo me llevan
tus alas, estos enfurecidos cadáveres de un tiempo proscrito? —He diluido tanto
las horas que todo es cruento y resbaladizo: voy salpicado de mundos incesantes
y a ratos me precipito en sus desconciertos.
Del libro: «Se
han roto tantas cosas con el viento», Barataria, 2014, 2015
©Obra
pictórica de Joan Mitchell
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