domingo, 12 de marzo de 2023

CHARCO

 

© Obra pictórica de Joan Mitchell.


CHARCO

 

 En mi pecho sosegado, la moneda del charco de la tristeza ahogada en el lenguaje negro de la extrañeza. No hay salidas para este otro cielo de oscuras alquimias. Es sombra sin nombre, mientras en él amanece el suplicio, la densidad del aliento donde hundidas escarban las vértebras «con un trote obstinado de animal humano.»

¿Dónde están las aguas análogas?

¿En qué madera el tiempo no se pudre?

Nunca faltan los pájaros metálicos de la muerte.

Las manos torturadas junto al cuerpo y los cansancios de las llaves sin ninguna puerta: ahora el fango ha mutilado los dientes

de las semanas; a veces hay que sonreírle al puñal amargo del lodo, al cuerpo amarillo de la patria, a la miseria que se yergue

con todo su puño deformado.

Arrecia la tempestad con sus impudicias.

Los peces derruidos de la avidez.

Debajo de este mundo turbio, los bolsillos sólo con sus cansados días, y los sueños quebrados como la arcilla.

—Grita el tiempo junto con sus harapos de innumerable partida.

Ante la desnudez del despojo,

la libertad es un crimen de lesa humanidad.

Después de todo, el insomnio es como el tren vacío de la niebla. Como el reloj en la tinta china de la matemática.

Me distraigo siempre en lo inexplicable de los cráneos

y en el alfiler

               petrificado de las pesadillas en el abismo de la garganta.

 

 

Del libro: «Se han roto tantas cosas con el viento», Barataria, 2014, 2015

©André Cruchaga


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