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Obra pictórica de Joan Miró.
COLLAGE
En el estante del almanaque,
los imaginarios animados
de la irrealidad: la vida
con sus arcanos, la historia y su lenguaje relativo. (Ulyses o Kafka dentro
de las
mismas paradojas: el no ser dentro de la gota dispersa
de
las geometrías. Siempre nos delinea el sinsentido,
miedo
y mutismo nos acompaña, ningún vacío es terapéutico,
por
más que nos vendan en franquitos la tan ansiada alegría.)
Disneyworld coexiste en la
pluralidad de nuestros ojos.
¿A
qué distancia habitamos
el
far west en los parajes diversos de nuestro trópico?
Siempre
regreso al juego
de
los imposibles, ésta es mi única certidumbre.
Entre los velámenes de la ceniza,
el acantilado y su imaginario genésico. Los discursos políticos nos recuerdan
lo incomprensible que es la vida, las décadas de decadencia y grafiti,
el deseo libidinal por
ciertos santuarios.
No puedo fiarme de la nube y
su forma de mundo.
La misa aun comienza en la
noche infinita, suena el cáliz
de las talabarterías. En el
sofoco del tráfico, el papel periódico
con todas las celebridades. Parece
que las moscas viven en perenne contubernio, lo dice la avidez urbana
del chanchuyo, la proclama de
la patria en cucharaditas de aceite
de bacalao. Es pecado abrir
los ojos ante los spots
y cierto vocabulario de
proxenetas y publicitas del narcisismo.
Del
libro: «Se han roto tantas cosas con el viento», Barataria, 2014, 2015
©André
Cruchaga
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