© Obra pictórica de Joan
Miró.
SEDICIÓN DE LA LOCURA
A través
del ojo el martillo líquido de las gotas y el humo
de la ciudad.
Y el silencio de fango del horizonte.
Nunca he
olvidado aquella antigüedad de la luz y el ocote
cerca de
las rodillas y los ojos mitificados de lo sombrío.
Y los
siglos de neblina que pernoctan en los trenes
y las
palabras como una danza a merced del harapo.
Siempre
están ahí los barquitos de cariño, la boca cautiva
de la
arcilla, las grietas que ha ido produciendo el desuso
en las
azoteas. O en los telegramas de tabaco de la tarde.
Siempre los
poros abiertos sin borrones ni tachaduras
existenciales
como una promesa incumplida en la cama.
Yo tengo en
mis desatinos, un cuarto de temblorosas piscuchas,
y en mi
locura, sudorosos rieles de juguetes de sed.
En el filo
del orgasmo, aquella vigilia del lado de la cobija.
(—En algún lugar de Yosemite
Ave o en la Farmintong Rd
o en Queen Village o en
Point Breeze los amuletos
para otra fogata tan ávida
como la fosa y sus consuetudinarias
malezas estoy muriendo aquí
en las distancias cavadas
del oxígeno cómo no sangrar
cuando se avanza sobre la acera
salobre y pantanosa de las
conversaciones marchitas
mientras caminas siguen las
ejecuciones:
humean los reptiles de la
indiferencia los estruendos del plomo
y su grito desabrido de la
locura.)
Del libro: «Umbral de la
sospecha», Barataria, 2020
©André Cruchaga
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