DÍAS
QUEMADOS
Y para colmo los días
quemados de la tormenta, y el polvo lleno
de nudos. Y la
impureza de las uñas por doquier.
El pájaro negro del aliento se mueve en medio de toda esta oscuridad,
y vos, mientras tanto, en la
rama rutilante
de los
desfallecimientos.
¿Acaso la claridad es
otra suerte de enajenación?
—Es el límite de los
cristales al oído,
esta palpitación de
pozos resbaladizos;
o los zapatos que
avanzan sobre el despeñadero,
o las manos ateridas
sobre la piedra donde
cavan los dientes hasta lo inmutable.
No quiero más mundo
abrasado. Al tocar las semanas me asalta
la sospecha. Y el
infierno que nos acabará mordiendo.
En los grandes
emporios del mundo no hay tregua
para los
desperdicios,
ni para la antigüedad
de los balcones colgados de los espejos.
Uno aprende a vivir entre
malhechores y tinieblas,
entre la soledad que
te roba el cuerpo,
o sobre una piel
donde ya no caben las caricias.
Para mi sangre, las
ascuas ciegas sobre el pálpito, el sonido apretado
de la flama, las aldabas
derruidas de saliva.
En cualquier parte,
nos encontramos con cansancios:
huyo de este desorden
y de las pesadumbres;
suplico al tiempo y elevo mis brazos
y plegarias.
En las calles asumo
el silencio como los cientos de bocas
que no hablan por
miedo a la indolencia del abismo.
Tras de las paredes
los puños rotos.
Al final, solo me
queda el camino de la memoria o del olvido.
El camino para tejer
y destejer
lo raído
que yace frente
a los ojos.
Del libro: Los que resistimos a la penumbra,
2023.
© André Cruchaga
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