©Obra pictórica de Joan Mitchell
FÓSFOROS
De pronto se diseminan las luciérnagas de los cerillos
y aprietan profusamente las sienes.
En el guacal de algunos cielos, el rebaño de ovejas del porvenir;
hacia las calles de la noche, el vientre de los cardos
y sus lacustres venenos como las flores caídas en jardines oscuros.
En la jauría de la salmuera todos los disparos del cansancio,
las arrugas de los zapatos, los fósforos tenues de la dulzura.
Han bajado los sueños a inmolarse sobre las piedras, ¿quién duerme,
después de todo, en medio de
este hermoso paraíso?
Ávidos fuegos del sueño, inmóviles en las sombras,
los ingenuos que se pierden también en la sospecha.
Siempre remotos los días alrededor de campanarios:
Sacudo los tiliches de mi propio sarcófago: los dictámenes de la sed,
ahora, son amarillos; el destino es violento para ser azul
hasta en la pequeña flama del albedrío de la vida.
(El horizonte a lo lejos
como una mínima ventisca:
todo es tan cierto cuando el
perro de la sombra hace temblar
mi cuerpo de aullidos
mientras ojos y pies rugen.)
Por si acaso camino entre el luto amargo del barbasco…
Del libro: «Se han roto tantas cosas con el
viento»
©André Cruchaga
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