APUNTES
Una página tras otra página,
como raídos periódicos en las aceras.
(De
cuando en cuando la inocencia juega con el vacío
de
los anteojos. Y las quemaduras con eso que se llama abandono.)
A veces arde todo lo
incomprensible en los zapatos: los recuerdos,
diestros, en el desasosiego,
mientras la dentadura del mal acecha
con sus guantes: uno sólo
quiere olvidar pájaros y mariposas.
Hay silencios obligatorios
que nunca se oxidan y sombras
más invisibles que la luz de
los sueños. Sombras que la boca recuerda.
(Ya
sé que después de los extravíos uno queda deshabitado.)
No sé si en cada puerta,
cambian de estación los tiempos inexactos,
los discursos, las máscaras
y las baratijas.
Con excepción de alguna
alambrada, tal vez nada tenga excusas.
Debajo de la noche, siempre
se pierde el sombrero de los adioses,
el paraguas indeciso del
cielo. Los recuerdos colgando de un
árbol.
Advierto, de pronto, que los
roedores son más siniestros
que la neblina. Y el amor
una ventana bordada en el horizonte.
Escribo simplemente desde mi
jaula. (Escribo al calor
de
las pequeñas cosas que aún no están proscritas ni en comodato.)
Del libro: «Se
han roto tantas cosas con el viento», Barataria, 2014, 2015
©André
Cruchaga
©Obra
pictórica de Joan Mitchell
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