©Obra
pictórica de Yves Tanguy
CAVILACIONES
Emerge una golondrina de tempestades, este vaso sal obsesiva
en mis ojos de fenecida luz. La sal en la gota del cántaro,
sobre la piel, destrozada por las calles del tiempo.
—Ni usted ni yo, somos presente, salvo el sofoco y los altavoces
de la conciencia, las aguas allí de la constancia en el eclipse indefinido,
de las voces desafiando la garganta.
—El mundo de hoy, es como un suicidio en el cuerpo y lo sabe.
Anónimos cruzamos la calle de los recuerdos, las calles con dudas,
chuchillos y lágrimas. Los baldíos rotos del corazón.
Las calles donde avanza el absurdo de cadáveres y en litigio.
La perplejidad nos hace recordar la pesadumbre de lo andado.
Sabe que no podemos resarcir todas las aguas derramadas a la sal:
cualquier fuerza sobrepasa nuestra corporeidad,
los ojos abandonados, sin reconciliar: uno espera que las palabras
sean benignas y que extiendan sobre el aliento sus pequeñas
alegrías. «Uno cavila como un reloj sin horas»
en el sigilo del viento.
La desnudez del sollozo ciega los compases del mundo.
(Llueve
en esta rara llaga de la entraña.)
Hay frío en Briggsmore avenue como en los suplicios
de un tropezón en ayunas. Hay un mea culpa en las roturas.
En la Carpentier road el matorral de la noche y sus recuerdos.
Fui y regresé mientras crepitaba la primavera en lo remoto.
(Siempre sueño su cuerpo de tierra menesterosa;
siempre repartida entre las espinas de mis manos.)
Enloquecemos en este lenguaje líquido de dos mundos:
la lejanía solo prolonga el desarraigo de barquero en el vacío,
el latido nos sacude hasta horadar los ijares.
Así sabemos, que las luciérnagas son fatales en los ojos.
De hecho odiamos a este país que nos hace llorar a cada rato;
odiamos la violencia que nos deja fuera del paraíso.
Del
libro: «Diario de sombras»
©André
Cruchaga
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