lunes, 20 de diciembre de 2021

MUERTE ÍNTIMA

 

© Obra pictórica de  Marc Chagall


MUERTE ÍNTIMA

[“ESE SABOR A INVIERNO EN LA GARGANTA”]

 

 

hablo de lo que me pertenece y sin embargo se va: vivir y salir al paso de lo profundo asomarse a las preguntas para que devuelvan el arbusto de la misma muerte la vida con sus sombras cernido el vuelo —hablo del diálogo que sostengo con todo lo que me oye la boca que se pierde en el alba el vuelo que horada los cascos del cielo ¿es mía la tierra cuando llegue a su sombra? ¿de qué paisaje hablo en el ardor de la madera? (la muerte siempre es primavera íntima) lo aprendí en la alta noche del escalofrío entre breves y largas corporeidades siempre igual el bullido del fuego que consume todo lo que tengo como espejismo de vitrales  no hablo de misterios ni de otras muertes hablo de la mía:  crece cada vez el tiempo con sus remolinos avanza la firmeza del suelo en la oscuridad los días asustados que  cruzan la garganta el oscuro día de ventanas sin coraje (ahora recuerdo todos los atajos para llegar a una sábana la calle con su giro de párpados el hervor del aliento a mitad de la cruz trepan los salmos como escaleras hasta la boca: muero en la faena de mi propia mortaja duele el aliento cuando uno prepara los aperos —azadón y piocha y pala— el trabajo es duro cuando uno cava la mesa postrera luego uno tiene que aligerar el reencuentro con los zapatos y poner todo el empeño de la dentadura)  supongo que debo pensar en las reliquias antes de halar los bueyes ¿debo callar ante el declive irreversible? ¿debo morder antes el pasto azul de los libros el coloquio del comején en mi condición humana  la flor de los juegos del paréntesis que olvidé en algún momento?  a nadie he invitado porque es la purificación de mi memoria a nadie he confiado este austero cansancio a nadie le he dicho que acurrucado muerdo la ceniza y la grieta que se abre en el semblante del tiempo —soy Job —debo confesarlo— el que lucha inagotable con la paciencia con el ave nebulosa que se derrama en el éxtasis del ciprés (soy el hollín anónimo que se  desprende del tabanco) habito las bóvedas de mis culpas a estas alturas del poema no reniego de nada ni me arrepiento de nada: si he sobrevivo es lo que merezco  aquí está mi cuerpo y las raíces que me fueron destinadas desde la infancia asistí con traje a los velorios desde entonces les tengo un gran respeto ¿es intrépida la lámpara de mi arcilla? —a estas alturas no lo sé pese a las costillas rotas de la noche pese a los extraños ruidos de las ergástulas (el tiempo no me alcanzó para vivir otras vidas) por eso me sostuve con mi propia soga (a veces los imaginarios —lo sé— son de telarañas) por eso no me fio de la moral de las palabras ni del incensario que refleja cierta inocencia ni del ciempiés que huye de la lluvia todo se reduce a los acasos: yo me quedo confiado en mis propios argumentos: mañana o pasado hoy puede gritar el tiempo estoy preparado—le he dicho reiteradamente— mientras suben los apremios del crepúsculo (los candelabros me recuerdan el sepulcro de las semanas y la ceniza que confabula en las manos)…

 

Del libro: Insepultas figuras roídas por la lluvia.

Barataria, 2013

©André Cruchaga

© Obra pictórica de  Marc Chagall


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