ASEDIOS
Asedian tantos caminos a la hora en que los puntos cardinales
deslían el viento. Sobre la roca los puertos sin veleros,
las escenas superficiales
de todos los días y hasta el génesis buceador de agujas.
(En el puerto estático de
los meridianos, las campanas sordas:
cada ardor es la sed errátil
del tacto,
la otra cara estremecida del
aliento.)
—¿Puede un incienso de eternidad reposar en el viento?
¿Puede el ala, alzar vuelo sobre la llama de la urgencia del agua,
en medio de la impaciencia junto a la tierra hendida del páramo?
¿Puede cada día el olvido, el ansia claustral de los paraguas evocar
la vigilia de la página envejecida,
los nombres cambiantes del desdén a la orilla del clisé
[de las astillas?
(Uno de pronto se ve
cercenado por los mismos sueños.)
(Uno de pronto es remolino de escombros, arrugadas formas
del papiro. Uno de pronto ya
no resiste a la sal del calendario,
ni a la sonrisa a pie
juntillas del despeñadero, —entre aire
y tierra, legiones agrias
de gemidos, carne oscura la
granada de la conciencia.)
Ante la amplitud del granito, el musgo como hostia del rocío,
¿vienen desde las heridas, las
siete sombras de las parábolas?
—En las sienes, la luz, el espejo guardián de las fachadas,
la vuelta al relieve de la sombra,
(las ascuas de la noche en
la hamaca de los andenes)
el cansado témpano de la cobija.
Después de todo, ¿es dócil la luz en la abundancia del hambre,
en la geometría del racimo inoxidable,
en el bolsillo malogrado del delirio?
—Cada quien se interna con su propia sed en la habitación
de los relojes.
Yo, —por si acaso— sigo el camino perenne del viento,
aquí en secreto, desvelando los folios del paisaje.
Atendiendo el decurso de las taxonomías.
Del libro: Insepultas figuras roídas por la
lluvia.
Barataria, 2013
©André Cruchaga
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