UNDÉCIMA
NOCHE
Desde
esta cueva húmeda que es mi garganta aprendo un canto nuevo, siembro.
No
dispongo de tiempo para morir, tengo que cuidar a otros para limpiarme.
Katia
Rejón Márquez
Nadie dispone de más camino que el trazado en la hoguera
de los
sueños del pájaro saltando en la undécima noche de la pira,
ni de los
frutos secos de las palabras en el hueco de las horas.
Hay un
vacío de árbol o sombra en esa llama de campana fría
alrededor
del tiempo imaginario.
A esa
hora nos parece escuchar una música de adioses.
Mientras
el corazón comparte su silencio, su tenaz lenguaje
de
sonambulismo, su legión de cipreses: ahí la duda, la muerte.
Una
gaviota remolcada en el pecho, una garganta apretada
de
grises, un sermón de goteos al borde de un fonógrafo
carcomido
en el cielo sucio e invisible donde solo hay periódicos
con
clasificados que nadie lee: recuerdo el ungüento musical
de algún
blues, una sonata de barco descuidado a la orilla del agua.
Entre una
hora y otra, juega el corazón devorando peces.
Juego
aquí mientras amanece: soy una criatura a merced
de la
tierra, entre nostalgias y libros que quieren reinventarse
como un
follaje de luciérnagas, como una puerta que nos recuerde.
De Camino disperso, 2021
©André Cruchaga
© Imagen Pinterest
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