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LLUVIA DE
AQUELLOS DÍAS
Tus ojos eran mojados por la lluvia de aquellos días
en Marylhurst. Nosotros jugábamos en
silencio con las gotas de nieve: siempre se afanaba la niebla en ocultarnos,
aun en medio de la penumbra, nada era inmóvil en las pupilas. Torpes, ambos,
nos dejábamos escuchar a conveniencia. Solos, nos atábamos a la medianoche del
lenguaje y al candor de la cajita de música del deseo. Así de improviso, la
escarcha de sangre del invierno y su desorden infinito. Después, la espuma entibiada
sobre el césped de ámbar de los encajes. Ahora, ante los rasguños de la
memoria, pienso que no alcanzaron a estirarse los dedos de los sueños.
Del libro: “Metáfora del desequilibrio”, 2019
©André
Cruchaga
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