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HUELLAS
Nos quedan las vestimentas oxidadas, el fermento, acaso
de la lluvia abrasada en aquellos lugares de infinita neblina. Nos queda,
incluso, aquel candil espinoso en el arado desgarrado del pálpito. Muero de
estrecharme entre tus mulos, saber que se me escaldan las manos en tu tórax y
que la noche llega como un bisturí a tu abdomen. (Después de tanto ardid, el
clímax asoma su hospedaje. Así entendemos que no hay amuletos vitalicios, sino
esquirlas en el espejo.)
Del libro “Paradise road”, 2019
©André Cruchaga
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