Imagen cogida de la red
MAGULLADURA
Son ciertos
los declives y la confusión que se vive en los letargos.
Cierto el
golpe en los ojos de los tatuajes, y su telaraña de angustia sembrada
en los
pasadizos del día a día.
Nuestro
mundo se sostiene en los zumbidos ahogados de las moscas.
A la hora de
mayor circulación se descarrilan las emociones y vuelve lo sinuoso
a ser parte
de la complicidad en los múltiples extravíos del presente.
Nuestro
tiempo ha convertido en carcoma todo el esplendor:
a la puerta
de cada quien el poder de la hostilidad, los magullones de la bruma
y ese
solamente recuerdo de lo inconcluso.
Uno deja de
fiarse de esa larga fatiga de los muertos porque cansa el cardo
y la saliva
y las noches alrededor de los matorrales.
Aún desde
cierta cobardía se ejerce hostilidad: todo hace suponer lo vacío
de los
sueños y su maquillaje de plegaria o conjuro.
En toda esta
extensa circuncisión, nos volvemos paciente activo de la desdicha.
Ni siquiera
los cementerios se resisten a tanto esqueleto (frente a mí,
las infancias continuando en el círculo siniestro
del juego.
Ahora no sirven, ni son posibles las distancias,
ni la pared que sostenga
una puerta, crece como levadura este infierno
peligroso de discursos.)
Yo no sé
hasta dónde llegará este tiempo de memoria dolorosa, ni en qué manos
cobrará
más vidas, ni qué voces, allá, despierten mañana.
Yo no sé si
haya una luz que se encienda entre la respiración y el alba y eleve
a sahumerio
todas esas infancias quebradas y tristes y sin ojos…
Barataria, 20.V.2016
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