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LENTAS DECAPITACIONES
Al trasluz
de la polilla el lento fósil de los jardines y la madera y las ventanas.
De la sombra
desvencijada de la carcoma, las decapitaciones del tiempo
y su sangre
dolorida y sus bocas rotas de sepulturas.
Me importa
morder la piel de las cefaleas, las centenarias jaquecas
que producen
los golpes en el vacío, las veces que uno copula desmesuradamente
hasta lograr
la desproporción de los acordeones.
(Nunca es fácil lamer los agujeros de la brizna,
hacer insoluble el azúcar
de tus entrepiernas, sacar toda la saliva sin
dejar a secas el lenguaje.
Sos visible en la ranura de la lágrima, en la
palabra doméstica del extravío.
De niño juntaba todas las tortillas y los ponía al
fuego.
Mamá en el
quicio de la puerta espantado las sombras con un trapo viejo.
En la calle, las lentas decapitaciones de mis
anhelos, los siglos de incesto,
o la desnudez del país tirada a la humillación.
Uno muere decapitado por el frío, pero también por
esos discursos
de la deshora disfrazados de Paraíso.
Veo los abismos como una sucesión de vitrinas,
allí donde las moscas sin piedad
muerden el subsuelo. La solapa agazapada de lo
falaz.)
Siempre
resulta grotesco el acecho a las ventanas y a los absurdos.
Uno duerme
alrededor de los secretos de las uñas, de las altas piedras
de la
tristeza, o en todo caso, de la nube de humo que pespunta las pupilas.
─ ¿En qué
puntapié de guijarros, entierro finalmente mis cachivaches?
Uno conoce todos los pulgares de hambre que
secan los charcos del sexo.
Vos, ya
habías jugado a traspapelar esta brisa salpicada de fotografías…
Barataria, 2016
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