No sé, ahora, qué nombre tiene tanta joroba, los gérmenes sudados
del alma; por cada suburbio circulan juguetes malignos,
historias que uno aprende escritas en la cópula de los cementerios.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
CREPÚSCULO CON PIEDRAS
y el pez de la memoria deslizándose, yéndose
por palabras perdidas, con su rumor de niño.
ANTONIO CARVAJAL
De nuevo el crepúsculo con su rictus de piedra, hundido
en la voz, opaco como los ojos en medio de la neblina. Bajo el tiesto
de los ecos, qué noche nos vigila hasta estremecer las sienes,
a veces la poca quietud de la medialuz, mientras no nos cunda
el sobresalto de la bala inminente o la gravedad de la ceniza,
cegando párpados, derribando el techo, o los dientes hundidos
en el resplandor de la sal, sin opciones más que la piedra oscura
de la losa erigida en cama, la última estancia de los sueños.
En la incertidumbre nos acecha el óleo de la muerte: el miedo
nos pone su brida, nos hace gemido en su anchura;
ahora, Patria y violencia están sincronizadas, perdimos
el equilibrio de la savia, el regadío por la cultura de la violencia,
el portento por la sombra amarga:
es irremediable esta vendimia de salmuera, somos ciervos
ante el día oscuro: desde el tatuaje, la arteria rota y la lágrima,
nosotros aguardando en la madriguera del óxido, en la gaviota
desangrada de los sueños, como simples tiliches de arcilla.
(Allí, con el tacto inevitable, vos y yo nos desangramos: la lengua
hunde los silencios en su hechicería; los dedos derriten el estertor
del césped, te palpo y renazco en tus garras sedientas.
Allí en tu pecho, cae la luz cerrada, pese al resplandor mortuorio
que nos acecha, a esta fluctuante turbación de dientes,
que con su insania nos anhela para hacernos descender a lo impuro.
Toda esta respiración yerta nos hace sangrar en demasía:
alguien nos roba el aliento, aúllan las campanas, en qué tragaluz
nos ha metido la violencia y no la Paz,
la piedra del antro de la inmundicia, las aguas negras del horror.
De pronto no tenemos tiempo ni siquiera para el olvido.
Entre una tragedia y una elegía, hay aromas fúnebres: nosotros,
¿nos salvaremos del torrente de este jardín en tinieblas?
Sobre la roca, la inmensidad del silencio. El polvo de la agonía.)
No sé, ahora, qué nombre tiene tanta joroba, los gérmenes sudados
del alma; por cada suburbio circulan juguetes malignos,
historias que uno aprende escritas en la cópula de los cementerios.
Tampoco la casa es refugio seguro cuando la pólvora cunde
a raudales, o el corte en frío es tan poderoso como un tanque.
—Tras un largo silencio, pienso también en la oscuridad que produce
el cansancio, —tiempo mío y tuyo, insoportable, insostenible
en pañuelos, complicado para la alegría, aferrado a la miseria.
Como una brújula en caos, esta película de terror que lame
las sienes, crónica al fin, del agua hasta el cuello.
Barataria, 03. II. 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario