En cada foja hay lámparas de tinta, —las palabras insistentes;
en cada palabra, —el puerto preciso para volar sobre la fuente
que yergue a las estatuas de la memoria;
en cada tinta, —la ventana perdida del alma, las jirafas celestiales
de los sesos, el caballo desconocido de la embriaguez,...
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SOBRE EL PAPEL, LA TINTA, LAS PALABRAS…
Sobre el papel, la tinta manchada de las palabras, el sorbo de la nada
en el abandono, el largo camino de moscas sobre las piedras.
Siempre volvemos al mismo papel y a la misma tinta:
las aguas del recuerdo con sus intermitencias, aquí la luz
repetida de los litorales, la almohada honda del océano, casi
infinita en las llaves del índigo. (Las palabras emergen como una brasa
alada dentro de los días a veces intangibles del relámpago.)
Respiramos con el corazón deshecho del mertiolato en la llaga,
y desafiamos en reloj de peces, el fuego,
el papel de la madera en la caligrafía de la nostalgia;
mordemos, de pronto, la flor de hielo a nuestros pies, la bruma
del aceite comestible en la sartén donde humea el calor como una pipa
recién aperada con nubes de tabaco, barcos de humo, rieles
aéreos dan la sensación de volar en el corazón del Nosotros.
En cada foja hay lámparas de tinta, —las palabras insistentes;
en cada palabra, —el puerto preciso para volar sobre la fuente
que yergue a las estatuas de la memoria;
en cada tinta, —la ventana perdida del alma, las jirafas celestiales
de los sesos, el caballo desconocido de la embriaguez,
Lautréamont en el País de los muertos, vivo como el alcohol rutilante
de las ciudades, los puertos sin bruma perdidos en las inglés,
del parche líquido de la lengua,
a la hora de lamer el petrograbado invisible y desafiante del pubis,
sumido en el cristal oscuro del musgo, con el rostro al toque
de la cama, reconociendo las flor desbordada del mineral del sueño.
(Ante cada palabra, hay cielos de sombras infinitas:
las veo venir, deseadas y deseantes, en las manos no cabe el árbol
del alfabeto, la sustancia maldita que las forma, o la divinidad
que las resguarda de ciertos predadores,
azores con guantes y frac, gánsteres como bailarinas góticas,
Lolitas de la noche, bebiendo el carbón líquido de las osamentas.)
Ante cada palabra, es ininteligible la túnica de la polisemia:
de pronto el lavabo o la bacinica, se yerguen como monumentos
de la imaginería, —de pronto la hornilla, sólo es posible a través
del olfato. Vos y yo, descargamos la furia de la tinta en el guacal
sacudido de los poros, siempre nos vamos al extremo de la yesca,
le hacemos nudos al yute de los brazos, masticamos el muérdago,
hasta convertirlo en el té para aliviar el insomnio.
Un día, ahora, endurecemos la tinta para dejarla indeleble
en el cuaderno, sin aspirar, desde luego, a que se convierta otro
evangelio apócrifo. Por si acaso, matamos a mansalva las palabras;
aunque a veces, las convertimos en el frijol mágico del desorden,
en simple objeto de transacción de los sentidos…
Barataria, 07.II.2012
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