Joan Miró: Mujer sentada
______________________Lujuria
De súbito su cuerpo de amor vibra y se inflama
En los poros la sal de los secretos se derrite —cuerpo rojo de pájaros;
Ardientes pétalos a la orilla de la selva, yerbas en esa respiración
A quemarropa que el viento hace florecer con su levadura.
Ríes cuando la boca se enreda en las lunas del pecho y baja al ombligo.
Ríes en el mar blanco que preside la saliva, en el alado rojo de los ojos.
Ahí vive el pino con su trementina blanca cruzando paredes
De guitarras y manos de verdosa ciudad y jadeos de abiertas alas.
Eres la amante que torna los labios en estrellas húmedas…
La voz se sale de los sostenes, faros desangrados en la raíz del sueño.
Eres la ardiente amante, —apetecida gruta mordiendo mis pupilas:
—ahí, entre las breñas la desnudez se hace honda y el jadeo profundo.
Ahí el río seminal abre las riberas del espejo de la aurora:
Ahí llego y me quedo, hundido, descendido, en tu estandarte de abierta
Enredadera —cabellos estriados por los luceros de la esperma.
Las palabras en la intemperie se hacen fogata, ciega rama de luz y porfía,
Pues entre más quema el fuego, la lengua se derrite en su agónica
Travesía —agónica travesía, digo, el fuego en su quemadura, en la flor
Que deshila hervores trocada por el rayo en el centro de la herida.
Nadie más me da consuelo que la gracia de tu piel fecunda; arde el lazo
Que por un momento se congela en la carne encandilada de los muslos.
Arde transido el manantial del gozo hasta que se cimbra el desvelo
Y abriga el alero con la miel que llega hasta el aliento…
En cada viaje son torrentes los que el viento derrama: el espejo se torna
En pequeños granizos de un estío alucinante. Y es que hundido en la colina
Donde cae la lluvia no hay otro desasosiego más fuerte que el ardimiento.
Eres una hoguera que no se agota aunque la vena vierta repetidas brasas.
Esa brasa que profunda aviva su letargo cada vez que calla, concluida
La batalla. Revive la piel a cada instante hasta hacer de ese nido
El sentido de los sueños, la hondura de la raíz en la entraña, el territorio
Donde la lengua lama el deseo con la brisa estremecida del vértigo.
Cada día agonizo en tu ciudad pura. Cada día tus pechos asidos a mis manos.
En las mañanas vigilan el cielo como dos ramas prendidas en el cuerpo.
Cada día tu nombre se hace lluvia: palabras perfumadas de sigilosa levadura.
Cada día la trementina de tu imán me destina a viajar por mares de vértigo:
La habitación se vuelve una feliz imantación, la cama o el piso, la mesa,
Un pétalo donde el cuerpo suspira guitarras, aguas que no son llanto,
Sino torrenciales líquidos de los poros como lengua salida de los océanos.
En cada amanecer tu cuerpo como una catedral gótica. Duraznos en el arroyo
Donde los peces bracean y muerden sandías de jugoso trino, libro
Entre mis manos con sus impresionantes aureolas, pezones donde los labios
Arropan el tiempo, vientre donde la luz abre las ventanas, lluvia donde sólo
Ondea deseo y ternura, pubis así, del tamaño del deseo
Reflejado como una constelación en mi rostro…
Cuando ella duerme, mi memoria viaja por su selva: mi lengua la saborea
Como un “fruto silvestre”, su humus es suave como las ramas del arco iris…
Barataria, 12.X.2008
______________________Lujuria
De súbito su cuerpo de amor vibra y se inflama
al ver, entre los juncos, temblar como una llama
la lengua roja y móvil de algún tigre…
FRANCISCO VILLAESPESA
FRANCISCO VILLAESPESA
En los poros la sal de los secretos se derrite —cuerpo rojo de pájaros;
Ardientes pétalos a la orilla de la selva, yerbas en esa respiración
A quemarropa que el viento hace florecer con su levadura.
Ríes cuando la boca se enreda en las lunas del pecho y baja al ombligo.
Ríes en el mar blanco que preside la saliva, en el alado rojo de los ojos.
Ahí vive el pino con su trementina blanca cruzando paredes
De guitarras y manos de verdosa ciudad y jadeos de abiertas alas.
Eres la amante que torna los labios en estrellas húmedas…
La voz se sale de los sostenes, faros desangrados en la raíz del sueño.
Eres la ardiente amante, —apetecida gruta mordiendo mis pupilas:
—ahí, entre las breñas la desnudez se hace honda y el jadeo profundo.
Ahí el río seminal abre las riberas del espejo de la aurora:
Ahí llego y me quedo, hundido, descendido, en tu estandarte de abierta
Enredadera —cabellos estriados por los luceros de la esperma.
Las palabras en la intemperie se hacen fogata, ciega rama de luz y porfía,
Pues entre más quema el fuego, la lengua se derrite en su agónica
Travesía —agónica travesía, digo, el fuego en su quemadura, en la flor
Que deshila hervores trocada por el rayo en el centro de la herida.
Nadie más me da consuelo que la gracia de tu piel fecunda; arde el lazo
Que por un momento se congela en la carne encandilada de los muslos.
Arde transido el manantial del gozo hasta que se cimbra el desvelo
Y abriga el alero con la miel que llega hasta el aliento…
En cada viaje son torrentes los que el viento derrama: el espejo se torna
En pequeños granizos de un estío alucinante. Y es que hundido en la colina
Donde cae la lluvia no hay otro desasosiego más fuerte que el ardimiento.
Eres una hoguera que no se agota aunque la vena vierta repetidas brasas.
Esa brasa que profunda aviva su letargo cada vez que calla, concluida
La batalla. Revive la piel a cada instante hasta hacer de ese nido
El sentido de los sueños, la hondura de la raíz en la entraña, el territorio
Donde la lengua lama el deseo con la brisa estremecida del vértigo.
Cada día agonizo en tu ciudad pura. Cada día tus pechos asidos a mis manos.
En las mañanas vigilan el cielo como dos ramas prendidas en el cuerpo.
Cada día tu nombre se hace lluvia: palabras perfumadas de sigilosa levadura.
Cada día la trementina de tu imán me destina a viajar por mares de vértigo:
La habitación se vuelve una feliz imantación, la cama o el piso, la mesa,
Un pétalo donde el cuerpo suspira guitarras, aguas que no son llanto,
Sino torrenciales líquidos de los poros como lengua salida de los océanos.
En cada amanecer tu cuerpo como una catedral gótica. Duraznos en el arroyo
Donde los peces bracean y muerden sandías de jugoso trino, libro
Entre mis manos con sus impresionantes aureolas, pezones donde los labios
Arropan el tiempo, vientre donde la luz abre las ventanas, lluvia donde sólo
Ondea deseo y ternura, pubis así, del tamaño del deseo
Reflejado como una constelación en mi rostro…
Cuando ella duerme, mi memoria viaja por su selva: mi lengua la saborea
Como un “fruto silvestre”, su humus es suave como las ramas del arco iris…
Barataria, 12.X.2008
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