©Obra pictórica de Joan
Mitchell
SOMOS
AYER
En el vestíbulo del presente de la hojarasca, somos esbozo,
pero también sombra del pasado e incierta tormenta.
Somos la respiración de ayer en cuyo aliento suena la
flecha
del conjuro. Para hoy, el desvivirse en los candiles.
Vive el antifaz como pétalo candente: en cada fuego,
el fuego invisible del reloj, el césped horizontal,
ciego del sexo.
La piel ofrecida al deseo en el reverso del sueño.
«Es ojo la llama por la cual se devora el cuerpo,
idéntico el peligro de la memoria.» Es piedra el pan
sobre la mesa.
(De pronto, hay despedidas
latentes en cada recuerdo,
objetos desechados, cucharas
trizadas en el espejo, retrocesos
de último minuto, ausencias como
los días que jamás resucitan.)
En un instante somos ayer y certidumbre. Somos nadie.
Lo que fue en cada muerte de la lluvia. Los cascos de salmuera.
Siempre es cortejo la disparidad de lo efímero: en los
güishtes
dispersos de la melancolía, la realidad y sus
ubicuidades,
los contornos de sal en el firmamento de los ojos.
En la piedra pómez de la dádiva, nadie puede elevar a
acuarela
el sesgo afilado de las fotografías en sepia.
Las mismas rodillas del país son las de la sombra en
la garganta.
Igual que el cansancio los taburetes aburridos de los
parques.
Del libro: «Se han roto
tantas cosas con el viento», Barataria, 2014, 2015
©André Cruchaga
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