martes, 24 de enero de 2023

HUELLA DISUELTA

 

Obra pictórica de Joan Mitchell


HUELLA DISUELTA

 

Todo está allí, y sigue estando allí, en las palabras

misteriosas, que fueron dichas, pronunciadas,

rotas en una voz…

CARLOS BOUSOÑO


Después de fenecidos los claveles esta sangre mía disuelta en la incandescencia de los cristales: cada quien es desde su escritura el fuego o la sombra su propio vía crucis en el entramado en la grieta de la conciencia destruida esos intentos de respirar en el viento y derretir lo inasible uno se harta del polvo y la hojarasca de la noche sin estribos de todo cuanto anida el veneno ¿quién se fía de la sífilis en el ojo ajeno? alrededor de tanta piedra la hedentina de los días colapsados la furia anónima de la herrumbre las estrofas calcadas de las criptas (que se coman su propia crítica sobre los charcos del día aquellos que sufren la carencia de ventanas aquellos que sólo crepitan en zumbidos) yo simplemente respiro y me aparto de los guantes del estampido ante los ruidos del vértigo renazco en la ceremonia del cierzo estoy mudo frente al carbón el laberinto de ese reino no me interesa ni la calle insólita de alientos perversos en este país gótico dejé de darle importancia a las catacumbas siempre me resultan patéticos los siglos de alcantarillas y el pensamiento de algunos días poco afortunados cada quien es su universo a la medida del caos que lo habita me río ante la concavidad de los cuchillos me río de las batallas campales sin adversario me río de las telarañas ateridas y del miedo que tiene su propia vigilia ¡cuánta saliva iracunda revela la boca! ¡cuánto vinagre como deidad del gusto! sí no tiene rumbo la apoplejía ni el charco en el que se hace reverencia al moho ahora emergen terribles válvulas de escape como rejillas de pequeños sueños sobre lo vítreo del horizonte dejo que la polilla preñe otros sueños no los míos que fermenten su pulso ciego sobre los chiriviscos no en mis párpados dejo que las asimetrías roan neumáticos asfalto quimeras sopores de otra intimidad que no me pertenece (es triste no poder dormir o perder la claridad en lo estático de los túneles escanciar los pájaros ajenos vivir día a día en la prisión del ascua tensos de urgida perversidad) entonces conmueve todo este acendrado ejercicio de vivir del prójimo sin miramiento a la cárcava que se construye sobre el propio espacio de la sombra quizá nada quede después de ese fuego avieso: no existe manantial crecido que perviva sobre la superficie de las convulsiones salvo el botín de las propias frustraciones quién es quién después de la diafanidad del poema solo el que aprende a navegar desde su herida sin duda el espejo tiene su fluir: claro que a veces disfraza los insomnios muerde la tinta ajena arrecia con su bestia genética todo lo impensable puedo hablar de todas las amarguras que atraviesan como dardo el aliento pero resulta difícil deshabitarse de todas esas criptas retorcidas acaso porque prevalece la carencia de luz supongo que nadie busca «en su palabra la blandura ni busca su mano ni descifra» la causa de sus «horas muertas» en el jardín de ciertos simbolismos hay que brindarle una flor al enemigo…

Del libro: «Se han roto tantas cosas con el viento», Barataria, 2014, 2015

©André Cruchaga


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