ANTE UN
FUTURO INCIERTO
Podemos
pensar en todo lo que vendrá y elaborar grandes
discursos
sobre el tiempo, pero éste tiene olor a kerosene,
a
cachivaches y a comida inservible.
En estos
días ya no podemos soñar con un país de equidades,
ni
devolverle a las palabras su propio campanario.
Temprano
mueren los girasoles y solo nos quedan los huesos
y los
desaparecidos en una tierra de muros y oscuridades.
Apenas
nos asomamos a la luz y se nos cierran los ojos de nubes,
de años
de cicatrices: en un santiamén la muerte vuelve
a cobrar
vida, junto a la decapitación de los sueños.
Envueltos
en montañas de palabras, sin embargo,
muérdenos
como transeúntes solitarios, los gusanos de alfileres
de la
lluvia, o los zoológicos disfrazados de jardines.
Todo nos
ha sido robado, aún el pesebre con olor a estiércol.
Sin más
que luchar, a no ser por la propia libertad,
nos
convertimos en infinito para derribar este feroz crepúsculo.
Desafiar
el terror, es darle oxígeno al alba.
De Camino disperso, 2021
©André Cruchaga
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