ANFITEATRO
DEL SUICIDA
Las sábanas de los suicidas están
siempre limpias.
Se duchan antes del acto.
Carlos Martínez Rivas
Algo de fugacidad hay en el filo de las mudanzas,
en la cobija furtiva que arropa los cadáveres, en esa suerte de escapulario que
cuelga de los taxidermistas de la noche: en la indumentaria del suicida hay
momentos para jugar con el tiempo póstumo, tomarse los altares como un
anfiteatro, desvivirse en la pócima de los ungüentos, sin humedecer en la
impunidad de estos días, tan bucólica, —por cierto—, como el destino de la
orfandad. Nadie cuestiona los latidos del poniente, ni siquiera el candelabro
que amanece en medio del silencio de las palabras. Por si acaso, el día está
cerrado como la herida ciega en las grafías de una parábola.
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De ‘Camino disperso’, 2021
©André Cruchaga
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