viernes, 6 de abril de 2018

SIN PALABRAS

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SIN PALABRAS




En el paraíso de la página estás, sin palabras,
exhausta en mis despiadados ojos y manos.
Con los ecos de tu piel buscándome.
El aire de los pájaros en medio de nosotros.
Asida estás a las luciérnagas del vértigo,
a mis brazos de tierra,
al hueco verde de mi boca.
No concibo de otra forma tus cabellos,
sino ríos enredados en mi aliento,
cuerpo a cuerpo, absorbidos por el círculo umbilical.

Te vuelcas y mi voz se vuelve tinta.

—Sombra del azúcar sobre la cama.

Te untas de mi donde se pierde el calendario.
La lluvia abarca todo el universo de tu brasa,
—lluvia sin tiempo mojando tu respiración.
No me dejas alfabeto ni sintaxis en el camino.
Te inclinas y lames ascenso y susurros.
Al borde del respiro ondea el polen
y las estrellas frenética de los tizones,
la quema del esplendor a ritmo de oleaje,
la calidez del pantano, espeso de viento y horas.

Las semanas se internan en el sueño.
En el trigal del sudor:
hondo cristal donde hundo mis raíces.

Te pareces a una mañana con cierzo.
O a una sombra mojada
floreciendo en la desmantelada sangre de mi trinchera.

A la ventana con sus contornos confidentes.

Te cimbro, sentados, a la orilla del olvido.
En el pétalo del petate.
En la piedra desvelada del traspatio.
En este firmamento sin ropa.
Es así de simple cuando muerdes los sueños.
Y desclavamos los canceles del pecho.

Es así de simple cuando sajamos
la tajuilla del presente.
Dejamos, luego, que lo líquido se evapore.
Que la caricia alcance el ala,
que la memoria deshaga todos años
y solo quede el minuto.
Nada es más inocente que precipitarnos en la sed.
Bebernos. Desamueblamos.
Perder nuestra memoria. Lamer lo improbable. 
Hilvanar en la piel otros orgasmos.
Hundir el vilano sin pronunciar palabras.
Soltar la tormenta sobre el párpado de los litorales.

Montar el caballo hasta el límite del trote
hasta copar el quejido del deshielo,
—trance mayor del camino hecho.

Después, todo vuelve a ser el vaso servido del eco,
el mensaje del pálpito y su gozosa herejía,
el vicio de recordar dos sombras unidas,
—el calendario recorrido de pies a cabeza,
hasta oscurecer de nuevo
en el presente con todos los naipes de la semana.
Después de todo, nuestra razón de ser siempre es la fuga:
quebrarnos como dos vasijas compartidas,
en el oasis terso
del aullido.

Después de todo, te huelo en mi locura viva de esclavo.

(De tu recuerdo, el galope de los sueños y el aroma
de la desnudez y la rosa de tu lenguaje en mi pecho.
Y el misterio ya lejano de la herida.)

Barataria, 16.IX.2010
Del libro “TRAGALUZ”, 2010 (Inédito) 160 pp
© André Cruchaga

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