Imagen cogida de la red
GOLPES ROTOS
Mientras
la voluntad no cierre el ojo, es posible
ver hirviendo el sinfín.
En los
golpes rotos de las palabras quizá los periódicos como astillas del árbol
de la
noche, apiñada la mirada hacia el absoluto.
Todo pasa:
duele la tristeza cuando se bebe por completo al día.
A veces sólo
somos bultos amarillos sobre la piedra fija de la indiferencia.
A veces los
recuerdos nos arrancan las palabras del pecho: el puño de la sombra
cae en el
aliento, el grito, la súplica, el frío.
Aquí o allá
la luz en desorden sobre la mesa, incierto el candil del tabanco
sobre la
desnudez indemne.
Roza la
piedra que descansa en las sienes. Cada golpe se adentra en la bóveda
flamígera de
los ahoras, en la rama oscura del ardor, en la palabra fija
que no
responde a nada, sólo al descenso siniestro de la voluntad.
El desvarío
acumula sombras y hace de los acasos un ardor perenne, incierto.
Todo se
viene a la cara: la lluvia repentina, el cuerpo inasible de la claridad,
la niebla
como una tristeza amarga en mi pecho.
Todos los
golpes quedan en la conciencia, nos gruñe todo cuanto existe alrededor,
la hoja
de ceniza del fuego, el río de súplica de los brazos.
El suelo se
alza hasta la altura.
La monotonía
es un largo camino de pájaros muertos, huesos del confín labrados
en el
aliento, espejos obstinados a esta jauría de asechanzas del hoy.
En medio de
toda la fosforescencia apagada, tenue el aire y las alas.
Barataria, 01.V.2016
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