domingo, 26 de junio de 2016

BOSQUE INMÓVIL

Imagen cogida de la red





BOSQUE INMÓVIL




Los escapularios dan sordos gemidos, justo desde el dorso rasgado del cielo.
Hay gotas de saliva y orina en los fragmentos en ruinas de los cadáveres.
Existen sensores instalados en cada una de las esquinas del porvenir;
hoy son muchas las cruces, que ya no queda lugar para escupir el olvido,
ni siquiera para apartar lo pútrido que queda en las manos,
ni nacer de nuevo como decían nuestros antepasados.
No basta quemar los ojos con el resplandor de tanto mundo a oscuras;
llegados al bosque, sólo la escoria y las aguas sobre las lápidas, esas cópulas aviesas 
de la noche, sobre ese acaso del sueño o la huida.
Desde la cloaca vienen los ojos desgarrados, el modus de este galope tenebroso,
la lucha punzante de la oscuridad en la almohada,
y quién sabe si el grito y la lágrima en los tantos cuerpos extraños del absurdo.
(Siempre es hiriente el clamor de los deudos, el acecho en ventana abierta.
Nunca hay respuesta para esclarecer las borrosidades, degustar la hostia ofrecida 
aun entre dudosa feligresía.
Vivimos un terror ahogado de martillos. Vivimos un grito de excrementos.
Vivimos en medio de una ternura inmóvil, casi como un tropezón de resortes oxidados, 
caso como un difunto entre fotografías vacías.
Mientras pasan o llegan, pienso en la rosa de sangre de las alcantarillas.)
Aquí sólo esos jirones de camisas en las cunetas y los dientes de cáscaras 
inexplicables: duelen, por cierto,  esos zapatos rotos a la deriva.
Duele la ausencia del alba en el pájaro yerto de tanta desnudez insensible.
No hay nada nuevo en ese otro lado de las solapas, sino escoria y espuma.
Barataria, 2016

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