sábado, 1 de marzo de 2025

ECOS CALCINADOS

Imagen pintura de André Masson


ECOS CALCINADOS

 

 

Los tristes carbones, los vírgenes leños ahora profanados

perecían lentamente entre las garras sádicas

de las altas y verdes arañas…

ANTONIO SAURA

 

Miro las armaduras y los focos de la noche por la indiferencia,

los castillos demenciales de los espejos, sádicas piras en cuchillos

amarillos y la hojarasca oxidada del tiempo. 

                                        ¿Cómo pervive el ala

fría en la armadura de la salmuera, los vientos sin provisiones,

salvo la fatiga del deambular del hollín, 

el tizne y aún el desequilibrio de los trenes?

—Vengo de lo inhóspito, aunque nieguen mi existencia:

vengo de navegar entre mausoleos y estatuas, masacre de sombras,

en medio del patriotismo funeral de la semana, del galope violento

del mar en los litorales donde el pueblo teje su propio drama:

nada es fortuito, aunque ya no haya tinajas solo atropellos.

Bajo a todos los objetos que iluminan las centellas,

sin medida ni tapices;

vuelvo a la sábana incierta del fango en un país donde se respiran

abismos, al azote carnívoro de los ecos,

sin que existan posibilidades de salida a esta demencia suntuosa

de la saliva que adquiere ciudadanía en el tintero del pulso.

A la altura de las sienes, están las ganzúas sosteniendo las paredes

del aliento, el altillo del desagüe de las aglomeraciones,

los encajes de los paraguas con su margen de torrente tardío.

 

(En la catacumba de la respiración, la humareda y la escoria,

los hirvientes oráculos de lo indecible, esa otra dimensión

de la corrosión devorante.

¿Hasta qué punto la oscuridad se obstina en lo suyo y lo ajeno,

y muerde el ya sordo césped de los andenes?

—De pronto, la hojarasca calcinada es mi trofeo: me aproximo

inevitablemente al despojo, a lo progresivo de los esqueletos

de la noche con sus búhos,

                      a este mal del destrozo de los relámpagos).

 

Otros serán los que descifren, adentrándose en mis precipicios,

el escalofrío y las razones del vómito, la gripe de los murciélagos,

la porcelana del crepúsculo, todo cuanto se volvió desequilibrio

y sospecha, vigilias permanentes.

En cada letargo que produjeron los magullones de este tránsito

sin tregua, todo el tizne acumulado de los ahogos, 

las moscas velando el suicidio, las manos con su árbol de cansancio.

Por más infatigable que sea la devoción por las begonias,

la hostilidad aró su cauce, con todos los objetos de labranza

de la alevosía. Con todos los aperos de la memoria.

Luego, ¿por qué tanto odio en golpe dentro de la sonrisa,

a la hora del desayuno, durante la danza de los vitrales,

en la alegría del alma,

cuando el albor murmura en su oleaje matutino,

cuando la respiración quiere dejar de lado el agobio y los armarios

de la noche en su embriaguez de ceniza? No adivino los vitrales

entre tantos fantasmas, dentro de mi propio paisaje a veces inútil.

Disgrego las sombras con mi parpadeo: ningún tiempo es inocente

a las telarañas, ni a esta tortura que produce el desafío del vértigo.

Los rigores del sin embargo son audibles ahora que el vilano

del eco atraviesa los travesaños del eco calcinado.

 

 

Del libro: «Incendios giratorios», Barataria, 2013

©André Cruchaga

Imagen pintura de André Masson


 

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