RESPIRACIÓN
¿Acaso cabe en los neumáticos vacíos del universo, la longitud
de la voz que gira en la sombra y a ras del suelo?
—En pedazos inasibles la batalla librada por la tuberculosis,
y las encías rotas del calendario.
Suenan las sombras con la ropa sucia y el insomnio de peluquero.
Hay días donde el harpa de la niebla nubla mis sentidos, la rosa
lánguida en aquel lejano pez de los latidos;
caída la claridad respiro en pedazos la respiración de la sombra
En el tropel de las estatuas, el discurso del método. (Gramsci
hablándonos de catarsis y praxis, Cuadernos de la cárcel; Foucault
y nuestra moral despilfarrada en la incertidumbre).
La barbarie en sus actos de castración también usa escapularios,
y fornica con el dogma y el poder.
Tiembla el ojo en la sombra de lechuza que lo ahoga, innecesario
que enmudece el tiempo cuando ya han sucedido
todas las convulsiones del extraño movimiento de los pedales.
La toz embozada de diablo que nos persigue intensamente.
Desde los pies la ceniza celebra el sobresalto y sus vejaciones.
Entre lo que se fuga los párpados caídos de la ceniza, las gotas
del sonambulismo en la piel, los fríos oscuros de la respiración
crispada, los acopios de los condenaos en «los flujos vaginales
del territorio» asediado sin defensa por la purulencia.
La oscuridad entreabierta o cerrada adquiere cojines de ojeras.
Por la vía del disfraz, el último ardor y el cementerio de las alas:
los andenes acorazados por el pulso, las aguas hasta el cuello
del estremecimiento. (El terror desplaza mi paz sustituyéndola
como diría Faulkner, por un insomnio donde uno puede palparlo
todo), la tormenta de polvo y la depravación de la mesa.
En la estación de la lejanía, los párpados como puertas
derruidas, allí los movimientos sumergidos de las uñas, los nombres
abandonados en la tormenta.
En cada movimiento de campanas, la lengua nocturna, impaciente
de los muertos y la ansiedad, vista desde el musgo
de su propio oleaje;
con psicología introspectiva, los minutos ensayan su misal,
ensayan «el fondo con sus vértices negros, lego de alocuciones»,
parapetadas en el presidio del sopor.
—Supongo que ya no hay razón para el fuego sostenido
en las manos,
cuando todo alrededor es arrasado por la ebriedad invasora del túnel
que crece en la somnolencia de lo implacable.
Sobre los andenes del picotazo, el tren moribundo de la garganta.
Del libro: «Incendios
giratorios», Barataria, 2013
©André Cruchaga
Imagen pintura de André Masson
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