miércoles, 20 de noviembre de 2024

JUEGO DE CONCAVIDADES

Imagen pintura de Willem de Kooning


 

JUEGO DE CONCAVIDADES

 

 

Un cuchillo de llamas arde en mis sienes, animal difuso y alborotado,

ruidoso de hojas como quemándose entre mis manos,

duro como una estatua, duro como la boca abierta del hambre,

que nunca se paraliza ni tartamudea.

Ninguna palabra cae en el hueco de la respiración de muertes

sumarias, tampoco en los brazos que despiertan del olvido,

en el montículo invertido de los colmillos.

Al parecer el tiempo es un cuerpo disgregado en los brazos,

lluvia respirada en la flor de sed de una boca.

Crecen alrededor de las mañanas callados incensarios de barro.

 

Otra cosa es el círculo atropellado de las alucinaciones circuncidadas

embijarse del tizne secular del movimiento que tienen

las simulaciones, o temblar en el dedal recubierto de parpadeos,

justo en la desnudez paralizada del abismo.

A menudo las concavidades son parte de ese quejido del olvido,

e inclusive de la angustia.

Ninguna oscuridad aquí tiene contrasentido.

 

Siempre lo insólito es profundo como las heridas, innumerable

como la sombra estrafalaria de los presidios adentro de las pupilas.

¿A quién le obedezco para distanciarme de la frustración

de los embudos? En cierto modo, todos los huecos resultan

imposibles en una tinaja destruida por becerros.

 

Arranco mis ojos atados a la noche, derribo litorales en mi aliento,

camino por el mundo y mis zapatos se pierden;

tengo vocación por los guacales en desuso, en sus abolladuras crece

el musgo ahuecado y disperso en su arquitectura.

En las escenas sepulcrales del conjuro, la agonía oscilatoria

de las cucharas, o la pobreza salpicada siempre con manos sucias

y limosnas; con manos sucias la concavidad es restregada

en la cara de la tristeza de tantos comensales que acumulan hambres.

El filo de los ataúdes hiere la niebla, muerde los horcones del fuego,

turba al límite el propio rostro.

Ninguna vida sola, cabe en las sintaxis de mis manos estropeadas

o en una infancia absoluta: una vida es un rostro y muchos silencios;

un camino y varias confusiones, una cercanía entera de murmullos.

«Contemplo el escenario impulsado de fábulas de harina

por el estruendo trepidante de la pólvora verbal» de este vivir

aferrado a la tierra y ser testigo de la infamia y sus disimulos.

La teocracia del cielo, no la tierra brama en astronómicos paraísos.

 

Al final juego con lo que tengo disponible: mi propia vida…

 

 

Del libro: «Paraíso de la demencia», Barataria, 2016

©André Cruchaga

Imagen pintura de Willem de Kooning

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