©Pintura de Joan
Mitchell
DISFRAZ CON ESTRÍAS COMO DIRÍA KEATS
¿Cuántos rostros caben en un solo disfraz? ¿Cuántas
apoplejías
inundan la risa? Oscurece el espejo cuando asciende el
aliento,
nos muerde el viento con su desafiante clandestinidad:
de alguna manera la historia no cabe en un solo rostro
acostumbrado
a la lógica letal del tiempo; buscamos el comienzo de
todo mientras
la vida transcurre en la bestia. Las palabras visten
la desnudez.
Deambulo entre calles «satinadas de humedad y doblajes
absurdos.»
Siempre somos ese clown que ríe y llora el drama del vuelo,
callamos ante el domo del tiempo, lloramos en el árbol
de ceniza:
(siempre el espejo nos habla de
lo indecible más allá del lenguaje
y los pensamientos. Mordemos
las crueldades del mundo.)
De pronto, somos tantas vidas en el fango que es
locura
todo lo que el ojo incendia en medio de las sombras.
Desde los sueños somos siempre el disfraz que reinventa
la moldura
de cada momento de asedios y lóbregas coyundas de
catecismo.
Entre la cruz inminente de la gota del alba, un cristal
de niebla,
habita la horqueta doble de los ijares, el césped que
soporta
los destellos. Somos la nomenclatura del asalariado entre
profusas
pistolas forjadas para hoscos museos de libertad.
Todo acaba siendo degradado a mueca, no a simple
pasatiempo.
No sé si valga la pena seguir buscando un alambique de
monedas sucias
en la respiración de lo insólito, o guardar silencio en
el motín
de los hacinamientos del tótem arrancado a los sueños
de animal herido.
San Francisco, California,
2013
Del libro: «Burdel
Bahía St.», 2013
© André Cruchaga
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