EL REINO DE
ESTE MUNDO
Si
pudieran oírme como hilo de luz,
si
del fondo del tiempo me trajeran,
y
mis memorias,
y
las de quienes conmigo miraron el horror
de
haber nacido, para morir
ni
siquiera enteros.
Ana
Luisa Amaral
Si acaso
pervive el sueño ciego, es la luz que se queda en la piedra
de la
vigilia, la gesticulación inaudita del tiempo, los objetos
que las
aguas del rìo arrastran con esa velocidad parsimoniosa
de la
artritis. Nada cuadra en esta razón de la locura. Nada es real
en la
lógica de las ventanas: siempre hay calles nutridas de sombras.
En el
humo de la respiración de los jardines contaminados,
los
pájaros, densos, putrefactos, picotean
las zonas impuras
de la
mesa: adentro, en el pecho, el corazón del país está vacío.
Veo las
fotografías del tamaño del océano, de la piel de sombra
del
martirio y su alba fría de risa ahogada en la turbiedad de periódicos.
Hoy es
como la paciencia derruida de la casa.
Parto
siempre con mis hastíos y sombras hacia un pedazo del paraíso.
—Por si
acaso, le escribo cartas a la eternidad y a ese costal de ojeras
que se
han ido acumulando como otro diluvio absoluto.
De mi, el
espejo del reino de este mundo y su cárdena óptica.
En el
lavatorio del patio trasero, la
perplejidad desafiante del vacío.
Y el humo
que ha extendido sus raíces de metal irredento.
Del libro: Fuego de llaves invisibles, 2021
©André Cruchaga
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