viernes, 25 de junio de 2021

ANILLOS DEL HUMO

 

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ANILLOS DEL HUMO

 

 

Ante las sombras encaramadas en las sienes, el matorral y los sótanos

negros del humo, los élitros gastados en la lengua de polvo

de los sombreros colgados de los armarios como pacíficos guijarros.

Con frecuencia uno se reduce a lápida mortuoria, a ese mudo hueco

que dejan los gritos a flor de piel, a esa oscuridad que hurga

en el poyetón de los ojos de un país con muchas cicatrices.

Nos sacuden las fisuras que producen los martillos en las paredes.

El país ha aprendido a hacerle costuras a las sombras, a morder

la corteza del óxido, y a asomarse entre huesos a las quemaduras.

Uno va indagando entre las tantas arqueologías de las telarañas.

En el humo encorvado de lo improbable, las austeras inclinaciones

de la descomposición, la danza de la ventisca,

y los pequeños caminos que levanta el follaje de cipreses.

Sobre el pavimento las grietas mudas de los ojos.

Oigo el fuego y enmudezco de ojos: la calle nos consume con su deriva;

después, ni siquiera he podido recuperar todos los cadáveres,

las nostalgias, ni una sola piel de todas las que poblaron mi tugurio.

Uno es, después de todo, las tantas formas en que se enrolla el hilo

del tiempo, el anillo de humo enrollado en las pupilas

como lo haría el búho con la niebla difusa de las anguilas.

En suma, se vacían aquí todos los murmullos. Tal vez mañana sea

diferente la geografía y, la conciencia, tenga los contrapesos necesarios.

El hastío nos ata al punto de llevarnos al límite de lo más diminuto.

 

Del libro: Fuego de llaves invisibles, 2021

©André Cruchaga


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