Ilustración: Joan Miró
Metáfora del hombre
Mientras vivimos nunca registramos
Que ya estamos viviendo.
Juan Gil-Albert
Una sed de zapatos se bebe al mundo;
Allí donde los ciegos sólo tocan el aire
Y Dios cierra los ojos para verse a sí mismo,
Entre una multitud de hijos —los hijos ancestrales
Que ya han gastado su palabra
Y sólo les queda la suela rota de la zozobra
En un vacío donde las mesas imploran
Ganarle al viento
El disfraz suicida de sus clavos,
Donde las estrellas oscurecen en las sienes del cielo
Y el rocío lo envenenan violentas frazadas
De codicia…
¿Qué día nos agrieta la comisura de los labios?
¿Qué sangre derramada no corroe el asfalto?
¿Qué soledad sabe a pan para que los ojos
No se debiliten y la mirada reúna
Los colores del arco iris?
Alguien se hiere con el filo de la noche.
El bolsillo sube a las sienes sin lunas;
Se vive así, en una zona sin ternura.
Desde el interior acecha el animal del hambre.
Desde el interior del hombre titubea el frío
Como un cráter encarcelado por la intemperie.
Los dientes abren cicatrices e historias
Con enmohecidos silabarios.
En cada hoja el día desnuda su piel,
Oscuras formas toman cuerpo de luz,
Un bosque de descalzos se vuelve puño,
Piedra, acero y mesa.
Los pájaros muerden la vida desde los árboles:
Tragan el aire con una mirada,
Serpentean en la lluvia,
Nunca pierden el hálito que los respira,
Ni el propio vuelo alrededor de sus latidos.
La inseguridad del hombre y su herrumbre llega
Hasta los altares,
A la blasfemia y a los sótanos de la palabra:
El remolino del pensamiento hace trizas
Los espejos del sueño y la forma del fruto
Para luego girar hacia la Nada.
Pero los hombres están allí, haciéndose siluetas
De una sed hipnótica;
Pero los hombres están allí, eco mismo de la miseria
Y el abismo,
Sin la posible llave para abrir la existencia
A otros inventarios de fragante memoria.
Barataria, 25.01.2008.
Metáfora del hombre
Mientras vivimos nunca registramos
Que ya estamos viviendo.
Juan Gil-Albert
Una sed de zapatos se bebe al mundo;
Allí donde los ciegos sólo tocan el aire
Y Dios cierra los ojos para verse a sí mismo,
Entre una multitud de hijos —los hijos ancestrales
Que ya han gastado su palabra
Y sólo les queda la suela rota de la zozobra
En un vacío donde las mesas imploran
Ganarle al viento
El disfraz suicida de sus clavos,
Donde las estrellas oscurecen en las sienes del cielo
Y el rocío lo envenenan violentas frazadas
De codicia…
¿Qué día nos agrieta la comisura de los labios?
¿Qué sangre derramada no corroe el asfalto?
¿Qué soledad sabe a pan para que los ojos
No se debiliten y la mirada reúna
Los colores del arco iris?
Alguien se hiere con el filo de la noche.
El bolsillo sube a las sienes sin lunas;
Se vive así, en una zona sin ternura.
Desde el interior acecha el animal del hambre.
Desde el interior del hombre titubea el frío
Como un cráter encarcelado por la intemperie.
Los dientes abren cicatrices e historias
Con enmohecidos silabarios.
En cada hoja el día desnuda su piel,
Oscuras formas toman cuerpo de luz,
Un bosque de descalzos se vuelve puño,
Piedra, acero y mesa.
Los pájaros muerden la vida desde los árboles:
Tragan el aire con una mirada,
Serpentean en la lluvia,
Nunca pierden el hálito que los respira,
Ni el propio vuelo alrededor de sus latidos.
La inseguridad del hombre y su herrumbre llega
Hasta los altares,
A la blasfemia y a los sótanos de la palabra:
El remolino del pensamiento hace trizas
Los espejos del sueño y la forma del fruto
Para luego girar hacia la Nada.
Pero los hombres están allí, haciéndose siluetas
De una sed hipnótica;
Pero los hombres están allí, eco mismo de la miseria
Y el abismo,
Sin la posible llave para abrir la existencia
A otros inventarios de fragante memoria.
Barataria, 25.01.2008.
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