AL BORDE, LAS
LÁMPARAS
(Al borde de las lámparas, el aullido de
sangre sobre el cuaderno, las sombras ciegas de la tinta, y hasta los duelos de
mis pesadillas. En esta mezcla de escaleras todo es confuso: desesperan los
agujeros del aliento, los tantos clavos que sostienen las funerarias, aquel
nombre que golpea los platos vacíos sobre la mesa. Arde la opacidad de la
tristeza alrededor de esta luz sombría, dentro de la boca de los abanicos).
Como ayer, ahora, estoy deshabitado de otros tiempos y
lugares.
Debajo del fuego, las baldosas con fervor de moho y
recuerdos,
la arcilla con rasguños de quimera, el tallo de la
espuma en el ojo
de la sombra ruidos trizados en el bostezo de las
puertas.
La luz tiene infinitas formas para desvelarse en los
inmóvil
de candados que el tiempo pinta de temblorosos
pájaros;
lo sé ahora cuando la vigilia se yergue sobre mi
esqueleto rural.
Sólo espero que la luz esté allí mientras tenga
sueños, sueños
mientras el tiempo no desdiga el olvido.
Al cabo, estar aquí, es la naturaleza de mi propia
caligrafía.
Mi propio reino. Mu reino propio, aunque se destiña
con los días.
Nunca supe de otro desde las primeras palabras
sembradas,
desde aquella totalidad de surco que abrí junto al
postigo de sangre:
si algo ha de vivir siempre es el árbol de la muerte.
Si algo perecerá es la alegría con sus manuscritos de
porcelana.
Del libro:
«Incendios giratorios», Barataria, 2013
©André Cruchaga
Imagen pintura
de André Masson
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