©Pintura
-Oswaldo Guayasamín
HUELLAS DEL RASTROJO
El horizonte a punto de ser mar. Sólo mar en la flor
del aliento.
Al límite el ápice de la espuma sobre la piedra huye
el infinito:
solo es cuestión de tiempo para que la duda se
disuelva,
para que la sombra abra su cuaderno sordo de rastrojos
perdurables.
Cada golpe ha endurecido los rieles de los trenes, arden
las concavidades de la
neblina tras el barceo absurdo del desgarro.
(A veces solo recuperamos
pedazos de historia, un hueso, una mano,
entrañas despedazadas,
cráneos vaciados de memoria, negaciones
y soledades, destinos que se
perpetúan en lo subterráneo).
¿Hasta cuándo se hace visible la desnudez de la
sospecha?
Innumerables voces suenan a tragedia en este universo
paralelo.
—Siempre la terca manía de caminar sobre pantanos,
casi al borde de las bocanas del infierno, entre alas
de avejentados
crepúsculos, entre ruidos errantes y vespertinos.
En los cuerpos clausurados, sólo la huella de los
rastrojos, el cielo
descalzo de las aguas y el luto como pálida campana
sujeta a la piel
de las calles, calles, calles donde uno huele la
tristeza.
En el tiempo venidero estaremos atados a otro lenguaje
siniestro,
caerán persianas y baldosas para instaurar un nuevo
pódium,
el país estará bajo las botas, cara sobre pared,
masticando hambre.
Del libro:
«Final de espantapájaros», 2013
©Pintura
-Oswaldo Guayasamín
©André
Cruchaga
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