IMPOSTURA DE LOS AÑOS VOLCADOS EN SUEÑOS
He puesto a remojar la barba de las falsedades: vacío
los ojos
en la desfachatez apremiante de la camisa de fuerza
de los enmascaramientos. Aquí confuso de días e
inclemencias.
(Ahora sé que ninguna palabra
es inocua y menos la bóveda
de júbilos hechos sombra), ni los pájaros son estrategas
de turismo.
En el ínterin de la lectura, la fonética tiene su propia
demencia,
(me permito decirlo, previo a
rasgar mis vísceras de hastío),
y ver las relojerías en catálogos desprendidos de
establos
y los párpados mordidos por una herida dulcemente distante.
De pronto la malicia, la farsa y el engaño cogen vida
propia:
la escritura es magma o solo tutelado equilibrio de
espantapájaros.
Yo me quedo sin ofertar mis otredades, mis olvidos de
páramo
intenso. La noche se impone entre sueños y asaltos.
Aquí en este pájaro circular, el hígado de la escarcha
como otros objetos ávidos de analgésicos, de albas en
el aliento.
Supongo que hay todavía espacio en el subsuelo para las
vacas flacas
de la masturbación. O, al menos para simular cualquier
silencio.
(Después de todo ya me
acostumbré al almanaque de los ratones
y a las entrepiernas disecadas
de los relámpagos en una deshonrosa
aldaba de moho. Huele a estanque
de embutidos.)
Cuanto veo es el eco del abandono el que me obliga
a reclamarle a los labios, al paisaje de la modorra la
permeabilidad
de tanto destrozo: avanza la locura sobre la razón,
entonces sé
que se oxida el paisaje en estos arañazos del azogue.
San Francisco, California,
2013
Del libro: «Burdel Bahía St.», 2013
© André Cruchaga