©Pintura
-Oswaldo Guayasamín
CASA DONDE ANIDA EL PONIENTE
Hice sin saberlo mi propia casa, mi casa donde no hay
dilemas
irreparables ni tristezas rotundas: el poema que cada
día abre
la ventana y, entre las aldabas del aliento, hace
resaltar el tiempo.
Cuanto se abre la vena del conjuro, el destello
cotidiano
de las mochetas, la viga colmada de arcanos.
—Siempre tuve la suerte de leer entre las sombras,
aquellas paredes
de monólogos fugitivos,
los días derribados por la noche, el vasto pájaro
de la razón con sus versos.
Alrededor de mí, los centímetros salpicados de madera
y rocío,
la desnudez llovida de la eterna campana del césped.
(La casa mía en medio del caserío, hecha de adobe y
habitada
por la melancolía y yerbas prendidas en los zapatos,
siempre en mis ojos como la imagen de un perro
herido).
Igual que la respiración de
la brasa, las corrientes del viento
en las sienes, el aleteo
siempre tibio de lo inédito.
Cerradas las puertas es
otro universo el que nos mira y retrata.
Recurrente la oscuridad,
los periplos borrosos del país que tenemos,
Los topónimos eufemísticos
de la inseguridad y manipulación.
Nunca muere la audacia si el aliento florece en el
rocío;
nunca el poema deja de ser ascua, cuando éste es casa
de vida
y alumbramientos.
Del
libro: «Final de espantapájaros», 2013
©Pintura
-Oswaldo Guayasamín
©André
Cruchaga