martes, 23 de diciembre de 2025

TÚ Y YO PARTIREMOS PRONTO

 

André Cruchaga


TÚ Y YO PARTIREMOS PRONTO

 

Detrás del ojo, las hojas ciegas del aliento.

El aire neutral de la risa en temblores de humo,

los trenes de la noche en el aroma de ceniza:

los días desiguales del suspiro,

las grúas de las enredaderas colgando del minuto,

de los secretos utensilios del espejo.

Seremos viejos cadáveres velando la tierra.

(Viejos amantes con la mirada hacia la tarde).

En cada oscuridad, la ebriedad de piedras;

la infinita niebla de las llaves,

la flor de la pasión hecha silencio:

el tiempo nos enamora de albañiles y sepultureros,

cada vez, en el latido derrumbado del deseo,

la noche nos muerde con sus raíces,

oscurece el aroma de las preguntas,

la frontera del ojo donde los muros no tienen puertas,

y la luz es diminuta alcancía.

 

Cada vez jugamos a ser menos claros, salvo la ropa blanca

de la mortaja dentro de la fosa,

bajan escaleras la lección de las manos,

las semanas con cebollas,

los dientes mordiendo la celulosa del camino,

la mosca carcomida en la respiración del granito:

no alcanzan los zapatos para desangrar la jaula

de la luciérnaga que responde a la noche,

los bueyes decrépitos del crepúsculo,

el pellejo enrarecido de la oscuridad,

el mantel sobre la mesa, la camisa lavada por los puertos,

el aliento sofocado en los trenes de la sangre.

Hoy eres irreal cuando cruzo tu pecho, irreal para abrazarte,

irreal tu cuerpo de tantos días y años,

Sueño al pie de tu cuerpo, duermo caminando entre tu sombra.

Tanto te he amado que a veces te haces sombra,

sombra,

sombra anclada en mi pecho.

 

Todos oscurecemos en las aguas de las enredaderas,

en la ceniza revivida de la yedra,

en esta tierra donde nos negamos la boca y nos dividimos

los brazos, la cocina, el perfume de las plantas,

el papel, la tinta («La carta en el camino» que un día leímos);

nos negamos el peltre de la claridad,

el aceite, la sal, la desnudez plena,

el latido de luz en la garganta.

De pronto nos alimentamos de la oscuridad:

la adustez de la duda

resbala entre nosotros,

la baldosa de lo oscuro borra toda memoria,

la piedra del yo cierra los párpados,

la piedra de los pezones quiebra mis dientes,

la piedra de las manos asfixia la alegría,

el rincón del fuego con su desvarío,

la piedra del polen desvanece el olfato,

la piedra de la piedra nos lanza sus arpones,

la piedra de la pobreza nos desboca,

hunde en el pecho sus alambres,

la piedra de la herida hace sangrar los jardines,

la piedra de las arañas nos enreda con su desdén mortecino

la piedra de la lluvia carcome todo lo vivido:

el calendario con la limonada, el aire con su río de piñatas.

«Tú y yo, nos moriremos pronto. A la medianoche tan parecida

a todo a la felicidad y a la tristeza es la medianoche pasada

alzando su torso desnudo por encima de las atalayas» …

La piedra, en fin, de lo que somos, nos hace caminantes oscuros.

Sí, nos paralizamos ante la gran fogata de nuestros cuerpos,

esas mareas que tanto amamos.

Caminantes fúnebres, mi cabeza sobre tus pechos de filigrana.

Tú el mayo del poema.

El mayo robado a los suspiros.

 

Del libro: «Testamento del pretérito», 2011

©André Cruchaga

Imagen fotografía de André Cruchaga

Barataria, 2011

 





lunes, 15 de diciembre de 2025

MIENTRAS DUERMO

 

Imagen tomada de Pinterest


MIENTRAS DUERMO

 

When i close my eyes i hear your velvet wings and cry

i’m waiting here with open arms…

JUDAS PRIEST

 

 

Mientras duermo, el ojo despierto sobre la luz de la oscuridad:

todo es penumbra, vivencia del estertor,

acaso esa verdad que no alcanzan a ver mis ojos ciegos.

Aquí, me rehúso a los sueños desdibujados,

al paraguas difuso de la sombra;

encima, el mundo como un guante sobre mis sienes,

el delirio no tiene banderas,

pero sí, olas y mares que el pensamiento desvela bajo

la sábana del cuerpo, bajo la sábana te espero

con los brazos abiertos, al pie la sombrilla de la memoria,

quizás la muerte con sus ojos interminables, 

el cielo abisal de las palabras,

luego la noche tan cotidiana como los zapatos.

 

Cuando cierro los ojos oigo tus alas de terciopelo:

alas vívidas cantando sobre mi cuerpo, leves, pero ígneas; 

llegas impaciente a sofocar mi sed, siento tu boca,

el latido que me embriaga y me despeina:

frente a los balcones la tierra vital creada por nosotros,

el hambre en tus senos que se tiñen de rojo, roja hambre

del amor sobre el arrebato indeleble.

El río de la vida desemboca en el río de tu cuerpo:

la humanidad entera, la mía,

la que va de prisa como una puerta que abre el viento

con todos sus espacios corpóreos,

ahí te veo, cuerpo quemándose en la hoguera de mis manos,

cuerpo mágico resbalando en mi piel,

tan breve y perfecta, fronda que mi boca aprisiona.

 

El ojo lame tus pies blancos, la lengua que devora,

flor desmenuzada con mi dedos:

yo el ángel con mis enajenados pensamientos,

yo en ella, la mirada que vuela luminosa,

ella en mi, ebria, con un grito resplandeciente.

Son tibios tus jadeos, nuestro ramaje de insomnios

Y alucinaciones, los pensamientos en la carne,

en la voz del cisne que hormiguea en el aire.

 

Mientras duermo, el reloj sacude el pecho, curiosamente,

los horarios ajenos a la alegría,

lo apenas presentido.

Te levantas y extiendes tus alas al poniente.

 

Mientras, duermo. ¿Duermo sometido a tanto arrebato? 

En las raíces del sueño los árboles en fila,

—el fuego en pétalos líquidos, líquida arcilla,

la yedra del rescoldo en la oscuridad,

el instinto sacudiendo mis trapos desasidos.

 

No hay más certezas que este acabamiento interminable:

semanas sin tregua,

mi alma cedida a tu vientre,

ramas como el torso bajo  lo vivido,

arenas derramadas en las sienes,

bóvedas, túneles que el sueño insinúa en azadones.

«Tu cuerpo bellamente desnudo» me impone su oleaje.

A veces aterido por este pequeño vicio de tenerte

a manera de flor a la orilla de la cama.

 

Mientras duermo, el sueño apuntala ese destino de irradiación,

universo de destellos a espera del surco,

paisajes sin cábalas: viajo así, ebrio de ecos y fuegos,

herido en el arcano me recuerdas el hechizo del poema,

vedado a veces, por el escombro

que repta hasta las sienes como un mapa de desvelos,

como el aserrín expulsado de la madera.

 

Del libro: «Testamento del pretérito», 2011

©André Cruchaga

Imagen tomada de Pinterest

Barataria, 2011


jueves, 11 de diciembre de 2025

LLÉVAME ENTRE LOS PÁJAROS

 

Imagen tomada de Pinterest


LLÉVAME ENTRE LOS PÁJAROS

 

Take me in and let me sleep

In the coolness of the shadow

In the silence of the deep…

THE ANIMALS

 

 

El polvo atisba el rumor de las aguas, aquí, donde la noche deja

su huella indeleble:

la sombra llega hasta la rama alta

de los pensamientos,

sombras que reducen las pupilas,

el ojo delirante sobre el lento sosiego de la garganta.

Llévame entre los pájaros para embriagarme de tu música.

A menudo hay necesidad de callar:

callar los fuegos sobre la piedra,

callar la placidez que produce el engaño,

aunque al final sea compartida la complicidad,

la brisa falsa del césped,

el hollín que corroe las sienes.

 

Aquí no puedo opacar el polvo bajo el cielo

—hay quien diga que son mejores estas aguas revueltas—

con la lluvia de la poca verdad que circula;

mientras camino entre la adustez,

la escoria salta como adoquines horadados por el tiempo.

Así es de elemental el cuerpo petrificado

en las impurezas cotidianas.

Silencio y porfía —más oscuros que el polvo—

rondan con insistencia la conciencia,

el pensamiento no alcanza a digerir

los relámpagos de la tozudez,

el sentido de la ignorancia que pervive

como ciego escapulario;

—por desgracia así vivo los días: con muertos en mi boca,

con gentes que perdieron el sentido de la verdad y se arropan

con túnica de lobos.

 

Pese a tantos días vividos con engaño,

días de miméticas estrellas,

hoscos cimientos de granito:

me toca respirar en lo invisible para que no vean que respiro;

me toca en secreto taladrar el silencio,

la claridad que al final

desmiente tanta oscuridad,

el polvo que no deja mirar fogata,

la sustancia de los sueños.

 

—Aun así respiro. Respiro en tu mirada insepulta. RESPIRO.

Sé que la sombra de la mentira acecha, ebria,

e invalida las acequias: es más fácil

vivir con ojeras, a estar en pleno goce de la luz:

muchos callan frente al dintel de la puerta,

callan frente al farol profundo del aroma;

callan y sonríen, aunque sus ojos estén en medio del matorral,

son parte del credo de las falacias,

de la magia erguida de las estatuas,

de tanta boca empapada de mentiras.

Entre obligados silencios,

a la verdad se le ponen muros, acechanzas, colmillos…

A menudo, acudo al monólogo,

como expiación no de mis pecados,

sino como manera de abrir caminos,

sacudirme los empedrados

olvidarme de los cascos nocturnos,

contener mi sangre sin dogmas,

musitar el aire de los alelíes.

 

Ante tanto polvo, sólo me toca huir con mis delirios:

la verdad siempre cuesta asimilarla:

siempre hay alguien

que prefiere empapado de oscuridad.

 

 

Del libro: «Testamento del pretérito», 2011

©André Cruchaga

Imagen tomada de Pinterest

Barataria, 2011


sábado, 6 de diciembre de 2025

OTOÑO ÚLTIMO

 

Imagen pintura de Max-Ernst


OTOÑO ÚLTIMO

 

Inevitable es el día del ocio entrando a puertos subterráneos,

los ritos diarios de los ojos y la voz.

Cada uno llega a puerto sin cédula de identidad, si acaso viejas

vestimentas para cubrir el cuerpo de la obsesión de la tierra,

aunque ella misma se encargue de deshacer cuerpo y mortaja.

He afrontado el dolor en los periódicos,

el sigilo de la edad

con tantos escarnios o mi voz de tímido pájaro sobre jardines

cuyo sepia duerme en la respiración.

—Nunca fue fácil el contento frente a las ventanas:

siempre la herrumbre sacó su lengua

enmohecida y lamió el cuerpo sin descifrar los goznes

y las ingles de mi humanidad infructuosa.

La tenacidad mía apenas rasguñó la vida.

Apenas alcancé a abrir

una puerta o quitarles una pluma a los pájaros.

Aprendí saltando en la noche,

siempre yendo sin que nadie me respondiera.

—Tú apenas encendiste el pabilo en tu pecho

para reconocerme en la noche ni saltaron los óvulos

de su espesa madreselva diurna.

Ahora, próximo a un vuelo incierto,

me quedan tantas dudas del fruto que no fue posible.

—Me voy pequeño, sin cuna, tal cual

vine a caminar sobre los sueños de alguien.

 

Para quedarse siempre están hechas las maletas de la partida.

Para eso están las alas que llaman

o amenazan o increpan al barro: esa materia de uno, frágil,

endeble como una sábana tendida en el respiro.

Un mundo que no conozco imanta mi corpórea materia,

un gajo de oquedad fecunda mis sienes en remeros de bajamar,

golpes de martillo descorren mis brazos de oscura tempestad,

—aquí o allá los poderes de lo incierto,

la suma desnuda de la sangre haciendo lo suyo: lo inefable,

lo inimaginado.

 

Sólo encuentro ya el filo de los ecos clavados en la arena;

algo se despeña en el abismo soterrado de los árboles.

Esperé una y otra vez los resplandores de la batalla y jamás

llamaron a la puerta.

 

Ahora, sin embargo, en mi último otoño de negaciones,

los dientes mastican la espera:

el tiempo cobra lo suyo con creces y no siempre deja

dividendos salvo las miradas irreparables.

No siempre palpitó redondo el planeta en mi carne.

Hubo de todo y nada llevo en la memoria agrietada

de los labios y aquella tormenta de dilemas.

Todo lo tangible fue borrado por las latitudes del miedo.

¿Qué me queda en el sigilo fantasmal de la propia respiración,

sino este destino a destiempo de los ríos

y a la opaca transpiración de los dilemas?

—La armonía perdió sus transeúntes en la tormenta.

 

Espejos de húmeda bruma lamen el horizonte de algas.

El final acecha con su blasfemia de silencios.

Ahora la edad sólo tiene un muelle:

—Ese de la renunciación a los segundos, ese de tus manos

ilusorias, ese que concluye en la cruz.

Jamás quise despedirme con la urgencia del fuego,

pero la agonía es tal que me transpiran ensimismadas

campanas, como llamando alma en su clímax sonámbulo.

Todo pesa ya y, por supuesto, nada importa:

ausencias, desvelos, tullidas gallinas en la ansiedad.

La noche me anda en sus zapatos como timbal en el bolsillo,

mientras la boca mastica jardines de polvo,

mientras la voz se quiebra en el mapa de la conciencia.

Ya estoy cerca para cubrirme de césped;

tan cerca que estoy resignado a que otro acaricie tus senos,

tu ombligo y se extasíe en las aguas inmunes del buen augurio.

A solas bebo el conjuro de los pájaros, A SOLAS,

a solas con mi edad,

a solas muriendo con el alma en los escombros.

 

Del libro: «Traspatio», 2009

©André Cruchaga

Imagen pintura de Max-Ernst

Barataria, 2009


viernes, 21 de noviembre de 2025

HUELLAS EN TU RESPIRACIÓN

 

Imagen pintura de Man Ray


HUELLAS EN TU RESPIRACIÓN

 

 

En medio de la noche y de la soledad,
Danza como una antorcha su fantasma en el aire.

CHARLES BAUDELAIRE

 

 

Cada calendario tiene diferente ropa de perro doméstico,

ahí van quedando las huelas como un largo cuello de cisne.

Hay pesadillas en la sombra de los colmillos,

que atardecen en jaulas con pájaros de desencanto,

y en ese abrevadero sin piedad de las entrañas que nos atan.

La sábana de la intemperie rompe los labios.

La bestia ciega de la noche hace jirones las alas nuestras.

—¿Dónde estuve antes, obcecada, (una litera de gotas)

de las falsas alegorías, de los pies rompiendo las nubes?

Nadie lava el alfabeto en medio de abismos.

Sobre gradas agolpadas en los poros descendemos

en el tacto que reclama al viento ciertos

acertijos para acariciar el vitral monocolor de la hojarasca.

El cielo devora los últimos tragaluces del insomnio.

Los brebajes son una retranca para el olvido.

Imposible tejer la roca inerme con la saliva de los pájaros.

 

Imposible abrir la puerta del infinito solo con el pecho.

Los días soleados organizan minuciosamente la caligrafía.

Dafne sobrepasa cualquier señal de pañuelos o sábanas.

La acechanza va más allá a cualquier cubito de hielo

en las sienes; hay huellas de sangre en la terraza del despojo.

Ante las ausencias cualquier color es bueno. Esta ausencia

marcada por la memoria, empeño de los ojos en una ciudad

inmensa, donde todo es sustituido por vigilias de sangre.

Ahí un zoológico de cuchillos insistentes

evidencian las huellas que nos deja el polvo del dolor,

el deseo secular en los prostíbulos bautismales de la progenie,

y esta lápida de comejenes en el pecho, Daphne.

Por eso en el rojo de la medianoche, en el rojo de los pezones,

bebo hostias nutrientes, también la incertidumbre de un pétalo.

 

(Dime que no simulas cuando entras a la zona del delirio,

dime que el reino nuestro está en este mundo,

dime que entrada la noche no seremos cazadores furtivos,

dime que no guardaremos el follaje en armarios en desuso,

dime que el musgo no crecerá en las ventanas).

 

El escombro diario que deja el estiércol deteriora mis zapatos.

Corroe el ángelus, el Padre Nuestro y torna en óxido la hora

primera no la postrera de nuestra «vía purgativa.»

Siempre los espejos son un largo camino en el deseo.

A menudo inmolamos los hangares de las retinas.

En los jardines del búho únicamente hay sombras.

De vez en cuando en los peldaños de la piel se juegan

exorcismos y otras sustancias que nacen de tus entrañas.

De vez en cuando la luz nos muestra los cántaros rotos

de la fantasía, la sal constelada del sollozo,

la lluvia temprana de las cartas y las fotografías.

¿Hasta dónde la zarza del vértigo toca la niebla,

o se torna arma secreta en los senderos,

en las baldosas de la bruma?

 

—Uno siempre va ascendiendo a los jeroglíficos del despojo,

como una burbuja en medio del mercado.

Alguien transita a través de los pedazos de historia.

Alguien se vuelve indecible en la noche, Junto a la apoplejía

de los discursos que de pronto devienen en congoja.

Ser uno es quitarse las dubitaciones, los muros en derredor

de los escombros, la macilencia de las patrañas:

—amanecer corriendo contra la tristeza y las deflagraciones,

vaciar los zumbidos de los guijarros,

y morder algún pájaro en el territorio de la lejanía.

 

Del libro: «Traspatio», 2009

©André Cruchaga

Imagen pintura de Man Ray

Barataria, 2009