Páginas

lunes, 28 de febrero de 2011

TESTAMENTO DEL VÉRTIGO


Dejo todos mis pálpitos en el petate del aliento. Dejo mis ecos
de madera, abriéndose en el monólogo de las ventanas: a fin de cuentas,
éstas conocen todos mis días de vigilia, de mirar el horizonte
con la vehemencia de las luciérnagas, de todos los sonidos
transcurridos de la noche.



TESTAMENTO DEL VÉRTIGO




Perfect Strangers
Can you remember remember my name
As I flow through your life
A thousand oceans I have flown…
DEEP PURPLE




Dejo todos mis pálpitos en el petate del aliento. Dejo mis ecos
de madera, abriéndose en el monólogo de las ventanas: a fin de cuentas,
éstas conocen todos mis días de vigilia, de mirar el horizonte
con la vehemencia de las luciérnagas, de todos los sonidos
transcurridos de la noche.
Dejo la sangre de mis palabras abriéndose a otras respiraciones:
cada minuto de sal, la semioscuridad de las cerraduras,
todos los caminos que de madrugada que condujeron a los violines,
la almohada con las pulsaciones de la ceniza, la hoja colgando
de la puerta, los fantasmas que anduvieron conmigo hasta la saciedad.
Siempre fui extraño como un cónclave de insomnios:
dejo los desvelos abriéndose a mejor suerte, los puentes que tatuaron
mi feligresía, cada sombra del zodíaco,
lamida por el litoral de la lengua, por las gotas de gaviota en una lágrima.
Mientras me marcho quiebro el taburete del reloj
en el pañuelo tibio de los labios que una vez me acompañaron;
aún las piedras detienen la estatua de los pájaros,
la pipa de las telarañas en el bostezo de los murciélagos,
los agujeros del viento en mi camisa gastada por el asfalto,
el aire turbio de las raíces que han envejecido en mi ojo:
en la hamaca de las pestañas caben los cartapacios oscuros
de la conciencia, el orgasmo a flor de piel de los espejismos,
el sacrificio de pájaro en la respiración del océano.
(Antes de partir debo levantar el polvo de las escaleras, el pozo profundo
de la congoja, el tren del invierno sobre los rieles de las luciérnagas:
nada es fortuito en las campanas muertas de la tormenta,
en los ácidos cabellos que cuelgan de los cirios, en el candil
apagado de los fríos,
en el paraguas descompuesto del reloj.
Hay un puño de silencios que horadan mis sienes: toda ausencia
de los violines en los hombros, el césped de cada página que fui leyendo
en las costillas de la vida.
No sé qué otras cosas dejo en el firmamento miserable de las aceras;
pero subo al vacío de la espuma sin el paraguas de costumbre,
sin el andrajo de las palabras, con el bostezo del tizne,
sin, acaso, la luna de los brazos, la sábana de la ola,
sin el azúcar servido en la mesa, con la mortaja a punto de ser cuerpo,
con esta salda estrella de la oscuridad.)

Barataria, 27.II.2011

sábado, 26 de febrero de 2011

INVENTARIO ÍNTIMO

Sobre la rama de los pinos, la sed de los armarios: el tallo arrancado
del subsuelo, la piedra desmoronándose en los dedos del cielo.
Cada gesto es una hondonada en la memoria, —el camino de las raíces
tiene fuegos inciertos, repisas encalladas en el agua
de los párpados: campanas líquidas donde la memoria se alimenta
del desecho de las sombras.


INVENTARIO ÍNTIMO




with night approaching
we all become vulnerable
everything seems to move slower
as time drifts apathetically…
A LIFE ONCE LOST




Sobre la rama de los pinos, la sed de los armarios: el tallo arrancado
del subsuelo, la piedra desmoronándose en los dedos del cielo.
Cada gesto es una hondonada en la memoria, —el camino de las raíces
tiene fuegos inciertos, repisas encalladas en el agua
de los párpados: campanas líquidas donde la memoria se alimenta
del desecho de las sombras.
A menudo hay necesidad de etiquetar los sueños:
masticar ciertas espesuras, deshacer las palabras en las baldosas,
triturar la apariencia de las ventanas, repensar el pudor del césped;
de pronto uno queda desarmado frente a las aguas de la idiotez:
—el ventarrón de los espejos como alquimista trasnochado,
la jaula decadente de los ojos,
la incoherencia de las puertas como símbolo aprehensible,
el escalofrío de los suspiros en guacales sepia de lunas: el tiempo
muerde el aroma de los encajes profanados, —la noche diurna
sostenida en las encías, el sudor sediento de polillas.
Todo el tiempo ha sido de recoger la chatarra acumulada
en los chupamieles, armar compulsivamente el desatino del zodíaco,
quitar la piltrafa que queda en la escoba,
guardan silencio, estupefacto, de las alas oxidadas, colgadas
de las paredes plurales de la intemperies del pánico.
Entre hacer y deshacer el desvelo, la ropa desteñida del aserrín,
pienso en los relámpagos irrestañables de los crucigramas,
bajo toda mi anemia acumulada: el polvo desprendido de las lechuzas,
el invernadero de la alacena sin dientes,
la taza de café olvidada en las hormigas, los dientes
imprevisibles de la claridad, feroz azúcar del esperma aglutinado,
en el mercenario inventario de las escaleras con sus peldaños oscuros,
a punto de ser, eucaliptus deshojado, simple ceja invadida
por los desajustes del espejismo: (cuando estoy próximo a tus brazos,
también viene la piedra arraigada de los minutos,
el derroche de la inclemencia, las aguas sin rumbo, viscerales
espejos sin cábalas, escarnios sin vaselina. Todo se vuelve pastosa
arena en los ojos: sillas de hiriente espera, taburetes de errática
orina, monólogos de húmedas estampillas,
semanas en frascos de nitroglicerina, inodoros de lejana respiración.
Al final, nada queda en el olvido: la hoguera desollada como un duende
en bicicleta; los archivos, recónditos en el alma: áspera urbanidad
para acariciar los despertadores, extensos, en el aliento.)

Barataria, 25.II.2011

viernes, 25 de febrero de 2011

FUNERAL DE LOS BRAZOS


Se han quebrado los brazos en el quicio de la puerta: la bruma
hace más densas las distancias; pierdo en la ceguera de la noche,
los puntos cardinales de la conciencia,
la respiración de los regresos o las partidas: siempre es igual:
la banca vacía del alba, el fragor de la herrumbre,...


FUNERAL DE LOS BRAZOS




Pero tengo estas estúpidas ideas de noche
cuando me siento en la butaca y oigo la radio.
RAYMOND CARVER




Se han quebrado los brazos en el quicio de la puerta: la bruma
hace más densas las distancias; pierdo en la ceguera de la noche,
los puntos cardinales de la conciencia,
la respiración de los regresos o las partidas: siempre es igual:
la banca vacía del alba, el fragor de la herrumbre,
aceptar sin brazos los ahogos, cansados los dinteles,
ahogados los sueños en el círculo del saltacuerdas,
rasgar las escamas de la sombra, mientras la ventana permanece
incólume, limpia de pájaros,
ausente de caballos infinitos, cubierta por el musgo del acantilado.
Siempre es así cuando el polvo del polen se hace piedra:
cuando reptan hacia la memoria todos los recuerdos,
los brazos enteros que no nacen del cuerpo,
la tangente de la trementina cuesta abajo, los mediopuntos
envolventes del humo, las telarañas reposadas en las pupilas.
Los días sangran comejenes de pútridas legumbres;
los brazos, hamacas de hielo donde las estatuas hacen penitencia:
—llueve ceniza en las manos del aire,
ascienden los sentidos hacia la garganta de la nada,
exaspera la mudez de las sillas, el granito del quejido como culpa.
A menudo la lengua es desconcierto de taburetes:
murmullos, remolinos,
arados de apuntalado desencanto,
memoria que espera en la piedra de los dedos,
días que no escuchan, ni el aroma se hace visible en los jardines.
Durante los silencios del suspiro, el silencio mismo dispersa
los gritos, los amuletos escondidos en el anhelo,
los dedos lisos de tanto fregar la limonada: hojas, bocas muertas,
funeral de abejas en el sudor, ángeles borrados por la tiza
de la agonía, limosna de ciega demencia,
alforjas que no guardan el aliento, sólo crían polilla como el agua,
la sed, en pañuelos de sal.
No caben los ojos en toda la tierra del horizonte.
No hay otra respiración igual que las mareas; y, sin embargo,
ante el ahora, preparo las exequias de los brazos. Es definitivo.
Ya siento la cortina de tierra en los poros: los cráteres ardidos
de las antorchas, los carámbanos de las velas, la colilla del incienso,
los naipes sobre la acera, la lengua salida como tantas noches
de espera absoluta: aquí concluyen las aguas su última mordida,
la miel del seno que no transfiguró los jardines,
la negación que siempre fue el calendario de todos los días.
Este es el final de los brazos: hay silencios y noches y murmullos.

Barataria, 23.II.2011

jueves, 24 de febrero de 2011

DESTINO DE LA SOMBRA


Somos, después de todo, la luz disuelta del grifo entre la sombra:
todo eco calla. Aún la carcoma masticada en los laberintos,
la jaula cubierta de sabias palabras,
los juegos redondos de los circos, los dilemas de la llave y la puerta.


DESTINO DE LA SOMBRA




Amanece de nuevo
en las calles,
y otra vez somos, tú y yo, unos desconocidos;
PHILIP LARKIN




Somos, después de todo, la luz disuelta del grifo entre la sombra:
todo eco calla. Aún la carcoma masticada en los laberintos,
la jaula cubierta de sabias palabras,
los juegos redondos de los circos, los dilemas de la llave y la puerta.
A decir verdad, no sólo es sombra el cuerpo, sino también las palabras,
la pequeñez de cuanto se es en el fondo del abismo,
el mar o la sangre ahogada en el regazo,
la hora esperada que siempre nos mantuvo en mutismo ensimismado:
consciente o no, es leve el puente entre la soledad y el silencio,
entre la lengua y las palabras,
entre los poros y la sábana,
entre la hojarasca y la breña,
entre el papel y la tinta, entre lamer los pasmos y el bostezo,
entre las verjas y los balcones, entre las guas del mar, la arena
o la espuma que horada las hambres del pensamiento.
Los retratos también tienen un destino de sombras; el tacto deja
de ser memoria en el ansia, la sed pasa a ser vieja historia;
la taza de café, nido circular de lo oscuro.
Un día la vida se vuelve luciérnaga apagada: balastos apretados
en la noche, muros cerrados de playas,
días y años caídos en la negación, noche de escalofríos
sin el amparo de túnicas: la misma ropa del rostro en el harapo.
(la noche nos muerde con su inacabado umbral de guijarros:
somos la sombra articulada en la garganta,
exhausta sombra como el agujero de la boca, fondo del cansancio
en este trajín de caminar sobre el agujero de los charcos,
a espaldas de la luz desfallecida,
agrias mordazas en la lengua, limos con el miedo de hundir los dedos
y los zapatos, oscuros animales en la raíz de las palabras.)
—Ignoro por qué flotan los cuerpos en el pozo de la muerte:
no los muertos, los ahogos que acechan,
los huesos que muerden la herrumbre, los manteles
que pervierten la boca, los sueños que se gastan cuando se amasa
la Esperanza, las calles que callan, duras, en el alma.
Somos sombras y recuerdos, eso explica todo:
sombras maquetadas como la soledad del perro que cae sobre la hoja
Inerte, como el bozal de los andamios, duras hambres de morder
Cuando la lluvia juega a río, cuando todo está hecho de lutos,
De cigarros para espantar los zancudos,
De zopilotes, de azacuanes y de suspiros…

Barataria, 21.II.2011

miércoles, 23 de febrero de 2011

MEDIANOCHE


Medianoche la lámpara en el pozo donde duerme la mano petrificada
de mis propias visiones. Las horas amarillas que hieren
la conciencia, los rostros agónicos de la noche en la almohada,
las sombras deshaciendo el carbón de los nombres,
jardines donde las puertas despiden pechos oscuros, búhos
de invierno, trenes debajo de la lengua.


MEDIANOCHE




Las almas oscuras de los murciélagos,
azotan ilusiones sombrías en los vidrios.
WINÉTT DE ROKHA




Medianoche la lámpara en el pozo donde duerme la mano petrificada
de mis propias visiones. Las horas amarillas que hieren
la conciencia, los rostros agónicos de la noche en la almohada,
las sombras deshaciendo el carbón de los nombres,
jardines donde las puertas despiden pechos oscuros, búhos
de invierno, trenes debajo de la lengua.
Las telarañas cubren la memoria: es posible que la impaciencia
encienda candelabros jamás vistos en la luz;
es posible que desaparezca la respiración en medio de las sombras,
es posible que toda la caducidad aletee en las cortinas del insomnio,
en la línea abisal de los boleros,
que narra Cabera Infante,
en la queja insoslayable de las mariposas en la garganta.
En la longitud de las bóvedas despierta el anacronismo de la sombra,
los catálogos reprimidos, los epitafios escritos en los juguetes,
cada presencia del búho con lecciones de insaciable oscuridad.
En el aparente equilibrio de la medianoche,
salta el muñón la sombra de la disonancia, la sábana impropia
de la neutralidad: —hoy, la noche nos llega a todos con palabras
viejas en odres nuevos; nadie puede descartar el cansancio
de los días en la tierra,
los hilos pacíficos de la muerte que derrumban desiertos;
ahora son más ciertos los desequilibrios de la historia, a través
de los alambres se lanzan proyectiles: nada está escrito. El espacio
tiene audiencias inconfesables,
otredades que el mundo no sospechaba
ni siquiera a la hora de tomar una taza de café negro.
En medio de la neblina, el invierno de la penumbra: las montañas
de manos, el ciberespacio que vuelve saliva la ternura,
los diluvios que no son producto, precisamente, del calentamiento
global de las sábanas, sino porque la intemperie se ha vuelto,
motor de la historia, vigilia redimida del presagio.
Muerdo la estrella verde que brota de la lágrima: el anhelo purificado
de los trenes, la primavera del ala, el azúcar que presiente
los confines, la turbación del aliento cuando el firmamento es denso.
La agonía hace del pecho, ciegas aguas: suma de oscuros cazadores,
esferas sin brújula, lenguas sin sostenes,
imágenes de gastadas entrañas: —siempre estoy en esta medianoche,
con el lazo al cuello de las esquinas oscuras de los atajos
como un supernumerario de las sombras, apretada fisonomía del asedio,
sin que las tumbas me pierdan en su mimetismo.

Barataria, 20.II.2011

martes, 22 de febrero de 2011

REMANSO DE LA TERNURA


Un día no habrá necesidad de bolsillos para alojar la ternura,
ni los sueños se mostrarán en las vitrinas: quizá en las manos
ya no quepan los suicidas y el rostro deje los clavos de la noche
para ser, sólo, íntegra luz en la sonrisa.
Fotografía Paolo Neo


REMANSO DE LA TERNURA




y creció por mis venas y se fue deslizando
con temblor de caricias al llegar a mis manos.
MARUJA VIEIRA




Un día no habrá necesidad de bolsillos para alojar la ternura,
ni los sueños se mostrarán en las vitrinas: quizá en las manos
ya no quepan los suicidas y el rostro deje los clavos de la noche
para ser, sólo, íntegra luz en la sonrisa.
Sólo quiero una larga tajada de luz: una boca ávida de cierzo
donde no tenga cabida la noche,
ni la hojarasca reemplace al césped. Me es necesaria la luz
para continuar en los párpados; debo celebrar los muslos sin envejecer,
Las cejas juntas del aire,
la respiración creciente de las lámparas en la respiración,
El ojo terrestre de la sed en su remanso.
(Ahora seamos la permanencia en la mesa: la boca desnuda
del sonido, la semejanza mojada de la sábana, el clímax con su cascada
de pubis, la boca donde nada sobre,
ni la larga sombra de la noche.)
Siempre se puede comenzar y llegar hasta el fondo de la vida:
pensaría que los tejados son invisibles toboganes, pájaros donde
la claridad jamás se debilita, —siempre en la puerta hay pequeños
encajes de bosque, pezones de sonrientes gotas,
y alas para fertilizar el arco iris.
En el nido, la ternura, es instrumento de los almácigos, el cuaderno
de la risa, hace memorable todos los verbos;
la llama vital vigila cada pétalo como un vigía que atraviesa el misterio,
montaña de la poesía que ahora es rocío derramado
en la sien insoslayable del aire.
En cada confín salta la cocina de los poros con su inclinada placenta
de escaleras, —el espejo es intrépido en la memoria,
las luciérnagas que gotean en el eco,
la raíz húmeda de las estrellas en el tallo de la arcilla.
(Me detengo aquí, camino inevitable de los sueños: camino de la noche
inefable, refugio, remanso de la historia que se escribe, cada día,
con el hilo tensado de la sed.
Navego en las aguas de la ventana: los peces de la ráfaga apuntalan
las corrientes inéditas de los sinónimos o esas aliteraciones
propicias de las onomatopeyas en el bosque.
En los pañuelos palpitan, ahora, los nudos del azúcar: el río
converso de no ser ínfimo tragaluz, ranura vulnerable, sino, esa
vocación milenaria del alba,
el espejo sin monotonías, la savia de la túnica que arropa la garganta,
el ciempiés de la intimidad, subiendo a la piedra del relámpago,
como un día donde todos los sentidos son el ala encarnada
de la almohada en las estrofas del aire.)

Barataria, 19.II.2011

lunes, 21 de febrero de 2011

EL BOSQUE A TRAVÉS DE LA VENTANA


No sé cuándo, por primera vez, mis manos tocaron las ventanas:
la palabra mundo sostenida en los sombreros del aire,
la lluvia de los zapatos debajo de mi lengua, el pájaro con traje
de sed, la costumbre de los ojos sobre la mesa verde del bosque.
Fotografía: Paolo Neo


EL BOSQUE A TRAVÉS DE LA VENTANA




bosques de rayos entre el agua nocturna;
JAVIER SOLOGUREN




No sé cuándo, por primera vez, mis manos tocaron las ventanas:
la palabra mundo sostenida en los sombreros del aire,
la lluvia de los zapatos debajo de mi lengua, el pájaro con traje
de sed, la costumbre de los ojos sobre la mesa verde del bosque.
—Los relojes han transcurrido desde entonces; en las enredaderas,
la puerta de la boca, la harina del cielo cimbrada
en la conciencia,
las vigas saladas de lo oscuro,
los cementerios con la historia personal de mis amigos:
llevo quemado todo el misterio de los rastrojos, las antorchas
de la respiración descendiendo hasta la lámpara vencida de los atrios.
(Me he perdido en los líquidos, en la noche, la piedra, el ruido,
el gusano, el sueño, en el calendario soluble del sueño.
Al lado de tu cuerpo se quedan absortas mis costillas: la boca
Envejecida de los lázaros, los hornos que guardan nuestras almas.)
El tiempo enredado en nuestras manos ha sido látigo;
juegan los trompos como pájaros, los vagones de las hojas o ramas
en la feria estupefacta de las telarañas;
en este País de jeroglíficos, el cielo es una brizna convulsa,
y la memoria un suceso terrestre de onomatopeyas.
En el País, soñamos con puertos y campanas etéreas:
con armónicas de temblorosa sal en nuestras bocas, con Ulyses
y lenguas de mares remotos,
con hormigas comiéndose la noche de la garganta,
con árboles donde se pasea la ansiedad como un ojo ahorcado
en las ramas de jardines olvidados.
Sobre la hojarasca galopan los paraguas de los apóstoles:
las catacumbas sin sombreros del cáliz,
las vigas del pan junto a los mendigos que emergen diariamente,
las ventanas alojadas en la taberna de la mente.
El bosque creció en la jaula de las espadas, en los alfileres,
creció petrificado en el olvido,
en el reloj vacío de las manos, en la ojera oscura del aprendizaje.
No siempre cada día vivido ha sido compartido:
aquí el fuego sobre el pecho ha hecho cicatrices, —caminos torcidos
de sepultureros, guantes trasnochados de linternas,
aullido de sábanas desde las máscaras, fatiga de trajes,
perros descendiendo a las venas, como el sonido arrancado
de las orquídeas: (nos muerde la sangre en el vaso de los párpados;
debajo de los sueños hay raíces heladas, fríos oídos de la tierra,
uñas en las hojas de la puertas, sin ángeles que hagan bien
su oficio de alumbrar la boca sin poner candados
en el talismán húmedo donde dialogan las campanas.

Barataria, 18.II.2011

sábado, 19 de febrero de 2011

CUENTA DE LA PEREGRINACIÓN


Por años esta peregrinación de los dientes. En ninguna piel
La claridad necesaria para subir la escalera remediable: la piedra, ahí,
en los zapatos, la negación hiriente de las mañanas.
Jamás ha habido ternura en este trajín del nomadismo del alma:
y aunque ahuyento a mis propios demonios,


CUENTA DE LA PEREGRINACIÓN




La lámpara de mi corazón echa a andar y enseguida le da hipo la proximidad de los atrios
Siempre he sido atraído por aquello que no se precavía
Un árbol elegido por la tempestad
ANDRÉ BRETON




Por años esta peregrinación de los dientes. En ninguna piel
La claridad necesaria para subir la escalera remediable: la piedra, ahí,
en los zapatos, la negación hiriente de las mañanas.
Jamás ha habido ternura en este trajín del nomadismo del alma:
y aunque ahuyento a mis propios demonios,
me quedan acechando los ajenos, la sal chirreando en el aceite,
la cebolla consumida como una llave herrumbrosa.
Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, he andado
en trance, al borde del abismo, propiedad del vejamen,
centella oscura del badajo,
tejado donde la carne despierta en ceniza.
Como Ulyses, como los viejos mares hundidos en el basalto,
voy en medio del diluvio y de los abrazos simulados;
los techos ahogados en el pozo de la infamia: sobre los tapiales
conspirativos de la sal, prospera el ojo maligno. —pareciera que esta
vida mía hubiera sido concebida en la noche,
con la escalera de los poros propensa a las sales líquidas
de los sombreros: cada peldaño cuenta como mi propio itinerario,
cada prescripción de los diversos cataclismos.
La espuma desclava su tórax en cada ola, igual que las moscas
en el saco podrido de las frutas;
pero aún puedo caminar con pensamiento y zapatos raídos,
con la mano hurgando las monedas de la fe,
con el portafolio en la mano, del inventario de peces que llevo
en la boca: endurecidas navajas de los páramos.
Siempre que vislumbré la proximidad de una silla, el viento, el horizonte
resquebrajó la madera,
hasta convertir en escoria, sueño y carne.
Frente a cada miseria que fue mi propio traje, no tuve otra salida
que conspirar desde la oscuridad de los libros, desde aquellos
trenes que le dieron sentido a mi infancia: —pájaros, una y otra vez,
como araucarias en mis pupilas, como mapa del paisaje.
Aún hoy no ha concluido este sombrero de la niebla: atravesamos
juegos, colores, alegrías, arco iris a punto de perderse
en la vocales, sapos, fosas, cloacas,
sueños anochecidos debajo del dolor, piernas a punto de volverse
malolientes locomotoras,
duro pan del crimen heredado en los ojos, —todo en esta peregrinación
de mercado y salmuera, de mundo poco benévolo,
sombra extraviada en la ferocidad de la ternura: en la noche un blues
rompe mi alma con su brasa de tiste rebeldía, negras claridades
del sonido en mis sienes torpes de pájaro hambriento.
Nunca ha sido fácil salir indemne del desamparo; siempre, en cada
Trayecto hubo mutilaciones: días donde la Patria es insoportable;
Y su sabor nos sabe a quinina…

Barataria, 13.II.2011

jueves, 17 de febrero de 2011

SORDA LA SOLEDAD DE MIS SENTIDOS


Una sábana, acaso el mar tendido en la sangre del bosque, derramada
substancia de peces en los sentidos; todas las lejanías tienen
los dientes sordos y ciegos,
la soledad enajenada de los clavos,
los fuegos artificiales en los ojos, la luz que dejó de serlo cuando
las aguas llegaron hasta el cuello;
Imagen tomada de la red


SORDA LA SOLEDAD DE MIS SENTIDOS




There ain't no need for me to be a wallflower,
'Cause now I'm living on blues power.
I knew all the time but now I'm gonna let you know:
I'm gonna keep on rocking, no matter if it's fast or slow.
ERIC CLAPTON




Una sábana, acaso el mar tendido en la sangre del bosque, derramada
substancia de peces en los sentidos; todas las lejanías tienen
los dientes sordos y ciegos,
la soledad enajenada de los clavos,
los fuegos artificiales en los ojos, la luz que dejó de serlo cuando
las aguas llegaron hasta el cuello;
cambiamos los paraguas por desaliñadas sombrillas,
ángeles en la humedad del cine mudo.
Ahora el sonido tiene incisivos de tortura, moscas de extraños
laberintos, fantasmas que sólo poseen sentido en la casa hechizada
de los olvidos o en la botella sepia de los yermos.
A cada palabra la sustancia derruida de los ojos, los ojos del asco
de la impotencia de no bailar el mismo tango de los muertos:
respirar debajo de los sentidos los cadáveres,
la ceniza del espejo en los atrios,
los animales que gotean desde el tórax su nariz de bestia apedreada.
Vivimos entre abominables estribos de vacío:
sordo el horizonte. Ciegas las lámparas olvidadas en la basura
el perro negro en la bancada de la noche.
En la periferia de las montañas, a los garajes los hace la hojarasca;
en los rieles caben otras autopistas para los sentidos,
almacenes, puentes, mercaderes, aprendices de magnates;
sin duda, también, la memoria con turbantes de canela,
la oscuridad diáfana del carbón,
las cortinas del tacto sumergidas en los automatismos,
la pantalla negra de la fosforescencia, los relojes parecidos
a la copiosidad glaciar de los inviernos.
Todo es aquí, herramienta para la soledad: los planos inclinados
del rectángulo, los minutos en blanco y negro de los acordeones,
la estación del paladar en la locomotora de la lengua,
los pañuelos sobre la peluca sintética de los rostros,
los collage como una mordaza de los sótanos modernos que tenemos,
idénticos a la aguja centrífuga de los capiruchos,
a las facciones enredadas en la esfera del martillo:
(vivimos en la completa soledad de los armarios. En la era
de las grandes caminatas virtuales sin hallar el refugio cierto
de la sábana, el tren, el barco; construimos oscuridades más densas
que la ceniza, más cinturones de castigar con grasa o aceite,
más almacenes bestiales de hormigón o granito.)
Los taxis no paran en el umbral de las ventanas…

Barataria, 12.II.2011

martes, 15 de febrero de 2011

SOMBRA ÚNICA [el alma mía consumada en el espejo]


Me atas junto al galope de los días inciertos, al gozne de los cascos
que patinan en el alma: voz de mi boca salida del gris de las palabras,
alfileres quemados en el pico de los buitres,
sollozos a quemarropa en el tórax de los peces, ojales del estruendo
sobre la esquina confusa de los perros,
Imagen: pruébameblogger


SOMBRA ÚNICA
[el alma mía consumada en el espejo]





…se diría que entre nosotros hubiese un muro de sueños.
BADR SHAKIR AL SAYYAB




Me atas junto al galope de los días inciertos, al gozne de los cascos
que patinan en el alma: voz de mi boca salida del gris de las palabras,
alfileres quemados en el pico de los buitres,
sollozos a quemarropa en el tórax de los peces, ojales del estruendo
sobre la esquina confusa de los perros, —carne torpe la mía
en el pozo siempre vacío del Erario Nacional: aquí los estériles
ahorros de las divisas, los falsos trucos de los embudos,
las noches nocturnas con diversos aperitivos y muchachas del sex life,
acompañantes del Presupuesto Nacional de la Nación,
cadilac con el sudor ajeno,
y horribles peinados al estilo punk. (También las manías tienen
mucho de esto: el patio de las sectas, el túnel con candado donde
el cielo es horrible y, apenas, se ven las torpezas, los harapos
que oculta el alma en su vida ostentosa de bisuterías.)
Es fácil, ahora, derramar litros de apariencia, pequeños pájaros
de magia y vanidades acres en los memorándums;
es fácil invocar la sortija de las escaleras, y morder el dedo gordo
a Alicia, en el País de las maravillas,
es fácil fumar un escalpelo para que relumbre en los dientes,
es fácil usar un traje nuevo sin pedir asilo al cielo,
sin caer en la esquizofrenia de los girasoles, en la flor de las once,
en los claveles post morten de las sombras.
Hemos perdido en el estiércol lo que ganamos en el césped.
La luz se ha vuelto miserable en el desteje de las sombras: (vos lo sabés
según las estadísticas oficiales de los lorocos, el chipilín,
la cuajada, las pupusas escupidas con achiote, los elotes locos
de la milpa enriquecidos con esteroides.)
Nos hundimos en la misma sombra del catecismo: solo que,
el catecismo de hoy en día arrasa también con los cadáveres,
nos derrama nombres impostados, —bebe begonias de su propio
exterminio, aplasta las cucharas hasta deshacerlas en la boca.
—Pero vos y yo, nos consolamos, en ese lugar donde nadie duerme:
vivimos el propio sueño en el Libro de la selva, esto es más real
que todas las pastillas obsesivas que nos brinda la impudicia.
Somos más reales cuando nos alejamos de la transparencia,
menos vulnerables en la sombra, más anónimos en lo inefable,
ciertos en el escondrijo del sueño, debajo de la sábana donde
tus muslos reposan como gaviotas,
y las manos arriesgan su inocencia de niño.
Y los absurdos dejan de ser cuadernos, para nosotros que olvidamos
La paranoia en la sal del caos…

Barataria, 10.II.2011

domingo, 13 de febrero de 2011

DESTINO DE LAS PALABRAS


Sólo en el estertor de cada palabra, descubro la desnudez y el destino
de la luz: reconozco la queja de la oscuridad
y el ojo avanzado del búho: los girasoles en el aliento,
el ojo que no duerme en el tapesco de la conciencia, el seno
que alguien puso en mi aliento como una menta de cristales.
Ilustración: pruébameblogger


DESTINO DE LAS PALABRAS




En mi te pierdo, aparición nocturna,
En este bosque de engaños, en esta ausencia,…
JOSÉ SARAMAGO




Sólo en el estertor de cada palabra, descubro la desnudez y el destino
de la luz: reconozco la queja de la oscuridad
y el ojo avanzado del búho: los girasoles en el aliento,
el ojo que no duerme en el tapesco de la conciencia, el seno
que alguien puso en mi aliento como una menta de cristales.
Dow Jones no cabe en los peces de las vocales ni en el saltamontes
de las consonantes; ellos avientan los pájaros a la noche
de los zancudos, a las cárcavas implacables de las sombras.
Quizá nos cueste entender este miedo en los muslos:
caminar de nuevo, sin tropezar con los huesos del musgo,
dormir en la inocencia de los sueños,
sin que nos asalten las hazañas de Frederick Charles Krueger,
o el límpido tabaco de los contrastes.
(Terminamos amaneciendo en las cornisas: en los renglones
oscuros de los vados, los trenes anclan sus vigas grises,
las sustancias de los alfileres, el sismo ígneo de cada sepia,
el amor que no sólo es de imanes, sino de raciocinio.
Cada crayola de los dedos lame las ventanas: pareciera
que las aguas impactaron en el alfabeto: en esa memoria sálmica
de tus solsticios, en la escalera de las diademas que reptan
del ombligo a tu pubis, y de ahí, al pan del calendario,
a esa procesión de hallazgos, cielo colmado de rastrojos.
En medio de lo sombrío, no sé si vamos cuesta arriba o cuesta
abajo: —vos lo sabés cuando tropezamos con las comitivas celestiales
de la degradación, con el rictus de la carcoma,
y hasta con los difuntos nuestros del sueño.
Ante tanto cuerpo pensante en mi País, sería bueno que vos y yo,
ya no pensemos, a fin de cuentas seríamos más felices:
fuera de la sábana estamos inseguros: el oleaje de los espejos
es implacable.)
Un día es todos los días con sus trenes desvencijados; la niebla
y las agujan nos obligan a cavar túneles,
a ser estiaje en el estiaje del ceño, sombra en la muerte sucesiva
de las ventanas, el contrapunto de la brasa en la hornilla.
—Quizá nunca sepamos el destino de las palabras y el nuestro:
en la garganta ya no cabe el cactus ni la niebla,
las rodillas dobladas de la res,
el silabario del acordeón enredado en el mantel engrudo,
los silencios mortales en el desvarío de los muros,
el invierno de la sangre en el aire sucio de las alcantarillas…

Barataria, 09.II.2011

viernes, 11 de febrero de 2011

SOBRE LA PIEDRA, EL VÉRTIGO DE LAS SOMBRAS


Un tren de pizarras lame las sombras del infinito, lecho adentro
de las piedras, pócimas de tardes donde los animales aúllan:
—en cierto modo nos volvemos corderos y dejamos de hurgar
las estrellas y el claro bosque de los antros
con la Patria descompuesta en la ceniza del cigarro.
Fotografía: pruébama blogger


SOBRE LA PIEDRA, EL VÉRTIGO DE LAS SOMBRAS




(Cordajes que yo daba por muertos resucitan:
Recobran en mi mano el peligroso
desvelo de la música.)
LEOPOLDO MARECHAL




Un tren de pizarras lame las sombras del infinito, lecho adentro
de las piedras, pócimas de tardes donde los animales aúllan:
—en cierto modo nos volvemos corderos y dejamos de hurgar
las estrellas y el claro bosque de los antros
con la Patria descompuesta en la ceniza del cigarro.
Hay días donde palidecen los poros debajo de las sábanas, —días
de nadie donde la sombra de las hojas es diminuta, y los sueños
permitidos caben en un ojal;
en el camino me he encontrado con los ojos llagados del polvo:
el infierno está próximo a este vértigo,
al País bárbaro que tanto pronuncio, a la tumba inclemente de la boca,
al calor que me abate desde la ferocidad de las piedras.
(No sé si pueda odiarte cada vez que me acerco a un estanque:
me diste un alambique de ardores;
pusiste oscuros silencios en mi boca y delirios que no cupieron
en la luz, ni en el fervor de la garganta acostumbrada a beber
los cascos disueltos del invierno.)
En el desvelo resucitan todas las sombras: la razón tiene tantos
extravíos que el lenguaje no puede explicar;
las impurezas también tienen sus propios relámpagos: hay santuarios
de voraz demencia,
heridas de pródigas execraciones, canastos con dudosas yerbas,
lanzas acumuladas en el yodo de la noche.
Podríamos derretir las piedras y no pasa nada con la ceniza,
con esa lava del vértigo arqueando el relieve de las alacenas;
en la indigencia, únicamente nos acompaña la sedición de la arcilla
con todas sus plenarias de arrugas,
manos plegadas al mismo lindero de la noche, donde se especula
y desciende la piratería a los templos del alma.
Hay muchachas que caminan a deshora mordiendo las sombras;
de pronto las piedras revestidas con coágulos de sangre,
la zarza como un coro en la lengua,
el olor incendiado de los lavatorios, la calle tirada a los dados,
el filo de las simulaciones del poder, haciendo de las suyas,
mientras nos convertimos en un gran albergue de náufragos.
(No sé si pueda quererte con todos tus defectos: las sienes se han vuelto
noche de bestiarios adoquines, hay lencerías fundidas
en los protocolos, y mordazas que no desmayan en el subsuelo.
La medianoche arrecia en los labios: cansan las ventanas
Con fibromas, cansa, País, tu silueta de buey envenenado…)

Barataria, 07.II.2011

miércoles, 9 de febrero de 2011

AMBIGÜEDADES


Uno no sabe si esta rutina de exterminios, es sólo el camino natural
de la ráfaga o si, las tautologías se volvieron la exacta multiplicación
de las respiraciones, si la ambigüedad es ese otro pergamino
donde se testamenta el pensamiento de las gaviotas;
Ilustración tomada de pruébame-blogger


AMBIGÜEDADES




Entre los escombros,
Cuando al fuego dormita el can,…
RUBÉN DARÍO




Uno no sabe si esta rutina de exterminios, es sólo el camino natural
de la ráfaga o si, las tautologías se volvieron la exacta multiplicación
de las respiraciones, si la ambigüedad es ese otro pergamino
donde se testamenta el pensamiento de las gaviotas;
vivimos entre las falacias de ciertos racionalismos: nos ahoga
el insecticida contra las moscas, los Pactos Nacionales del consenso,
la condición de Hollywood en la barra de códigos del azúcar,
la vejiga sinfónica de la orina,
el escombro que van dejando los cangrejos,
la purga que debemos tomar que no nos haga daño el ayuno.
(—De pronto y en medio de toda supervivencia, me asaltan tus muslos
desordenados, el agua en tránsito de tus encajes,
la espesura del aroma donde se congrega mi lengua;
desde luego me detengo a balbucear en tu piel de granero:
ingreso a las ramas del júbilo abriendo las puertas oscurecidas,
sintiendo la abundancia de la canela,
el húmedo esplendor del respiro.
Con vos prolongo el propio invierno de mi vida: bajo a las vocales
de las arterias, subo después al sacramento del césped.
Entre tanta orina y criminalidad en las calles,
entre tantos compulsivos mesianismos,
prefiero el Lempa terrenal de tu sábana, el fuego de los indicios
seminales y no ese otro escombro del perro que dormita en la intemperie.
Vos, armas de lámparas mi memoria;
y braceas sin vestido en el río de la ventana.)
Los periódicos nos abren las esquinas de las sospechas: cada
transeúnte es la víctima potencial de pañuelos inéditos;
cada acera es proclama del aserrín y la ceniza. Y no es que uno sea
pesimista: la fe se ha ido perdiendo en los museos del albedrío,
en las escenas virtuales de la leche pasteurizada,
en la desnudez virtual de los faroles de la indiferencia.
En la cacofonía indigente de los embudos: —el desatino es el peor
enemigo: los sabios quedaron para el patrimonio de las sombras,
sobre todo cuando la desnudez aviva la carne.
—Es una lástima que ninguno de los dos tenga armaduras para
evitar los clavos desvencijados del alma; estamos indefensos
frente al olvido, pero también a esa almádana diaria del nosotros,
sin que sea equitativa la mesa a nuestra boca. (Vos y yo lo sabemos;
por eso nos dedicamos a contabilizar los cadáveres para luego
escribir un vademécum, un tratado de estatuas. A fin de cuentas
ya estamos acostumbrados a desplomarnos
y otra caída más, sólo sería ejercicio para muslos y huesos.)
Arde el basalto del paraguas en el pozo de tu ombligo.
De principio a fin, el diámetro de mis manos en dulce ráfaga de abeja.

Barataria, 05.II.2011

martes, 8 de febrero de 2011

EL SOMBRERO EN EL PAÑUELO DE LAS VÍSCERAS


Debajo de las aldabas, el vaso del olfato con sus juegos atroces.
La sangre secreta en las ramas del musgo, va rompiendo
el aliento: desnuda las esquirlas de la memoria, vuelve escarabajos
las raíces de la ternura, permea el destello de las vértebras,
torna patética la lengua del aire.
Fotografía: Jon Sullivan



EL SOMBRERO EN EL PAÑUELO DE LAS VÍSCERAS




me cansan esas viejas
ciudades de provincia
y todo lo que un puente sobre un río
oscuro simboliza.
ANDRÉS TRAPIELLO




Debajo de las aldabas, el vaso del olfato con sus juegos atroces.
La sangre secreta en las ramas del musgo, va rompiendo
el aliento: desnuda las esquirlas de la memoria, vuelve escarabajos
las raíces de la ternura, permea el destello de las vértebras,
torna patética la lengua del aire.
Con cada flecha he trocado la dulce sal del reloj que sofoca
los cristales y la desolación de los pañuelos.
cada día desvela, ciego, las habitaciones del sueño: —el sembradío
sin palabras de la noche,
reparte largos huesos de polvo,
trenes petrificados en la sal de los rieles,
aguas duras de vagones, campanarios de brazos cerrados,
cansancios de hojarasca, dedos oscuros de alas, gritos de lápidas
perdidas en medio de las vísceras, sin destinatarios evidentes.
De pronto la calle, surco de bocas con panales de dudosa garganta,
odios que sólo entiende el agolpamiento de las sombras,
los fantasmas de los candelabros,
el fósforo negro de los tizones,
y el tizne: alfombra sonámbula de la desesperanza.
(Tapamos nuestras vísceras rotas con el sombrero cerrado de la niebla,
con tanta pared solitaria de murciélagos, con el rostro
retorcido de la salmuera, con todo el cielo comido de las piedras.
Nunca hemos salido ilesos de la respiración: pertenecemos al mundo
del bosque y no a la orina en cada esquina de los zapatos:
pertenecemos a la sed de los muelles o los embarcaderos
y no a la sucesiva cáscara de las moscas, zumbando como estrellas
negras en las ventanas;
el sombrero del aliento con su galope de armónicas, es nuestro
arco iris: —lo demás nos duele como un pájaro comido por la noche.
Nos confundimos con cada muerte anónima en los tragantes;
en medio de la breña, la palpa de la mano de la angustia,
el ruido de los nudos del forcejeo, la oscuridad del calabozo y esta
locura que no concluye. Y los acantilados.)
En la hornilla del luto, la tortilla con esquirlas, el café negro
de la zozobra, los dientes fermentados de silencio.
No hay claridad en la lágrima que gotea sobre el rostro: duelen
los pañuelos de tanta sombra acumulada,
el ala desenterrada,
la hora cero de las paredes mudas, los tatuajes oscuros del vértigo,
cada astilla furiosa mordiendo la garganta.
(—A vos, en cambio, te acecha la brasa de otra sed: quizá ya no
La semilla de los grises; a mí en cambio, me duele la sábana marchita
De los pájaros, la almádana inesperada de los recuerdos,
Esta alfombra envejecida del infierno…)

Barataria, 05.II.2011

lunes, 7 de febrero de 2011

PENUMBRA LÍQUIDA


En la canción oscura del agua, las gaviotas muerden los peces
de la niebla: algo me dice que hay abismos verticales
en la respiración, en el gozne del ala, en los años de acendradas
paradojas, en la depredación de los alfileres.
Cuando la sal derrite su quietud, navajas líquidas
rompen los pañuelos;



PENUMBRA LÍQUIDA




Quemaré todos mis recuerdos, cuando llegue la noche,
para que no te molesten las espinas.
JORGE DEBRAVO




En la canción oscura del agua, las gaviotas muerden los peces
de la niebla: algo me dice que hay abismos verticales
en la respiración, en el gozne del ala, en los años de acendradas
paradojas, en la depredación de los alfileres.
Cuando la sal derrite su quietud, navajas líquidas
rompen los pañuelos;
En el ciprés del sueño, en la penumbra de la almohada, todo es
mundo movedizo: vaso profundo de jardines insólitos.
En el ajetreo de las ausencias, tibia la herida de las tapicerías,
el paraguas como un vilano en los párpados,
la luna en los torrentes del aliento,
el vértigo de los fósforos en los poros, el sexo sobre adoquines
líquidos: las ramas de la espuma como encajes de telarañas.
—Hemos vagado, insólitos, en medio de la sangre de los corales;
día y noche, las aguas del mundo subiendo escaleras,
mordiendo las algas oscuras del asombro,
el grito cotidiano de las pupilas,
el pedrusco de la colilla hecho extraño resplandor en la mesa,
al borde de la tristeza como una ciudad imposible.
(A la par de las ventanas ha crecido el desvelo y la vigilia:
el humo empinado del cierzo: la neblina que oscurece calles y ventanas,
los jadeos que duermen sin abrigo;
en otro tiempo, la vida tenía humedades incendiarias:
nos bajaba el sudor como un bosque, era exhausto el aleteo,
y espeso el espejo que nos miraba.
Ahora desconcierta la lluvia con su árbol rojo, —damos la espalda
a las begonias, miramos de soslayo la sed apretada del instinto.)
Estamos en la penumbra del País: todo crepúsculo es hollín
sobre el espectro de los litorales,
detrás de cada puerta reverbera el miedo;
afuera, la mano extraña de los gusanos, el buey retorcido del aliento.
Allí, la claridad hecha añicos, el invierno insoportable
de los abanicos, el cataclismo en bolsas de chocolate;
oscurece, también, la alegría en la boca: la fatiga se volvió endémica,
el corredor de los sueños con su propia indiferencia,
el extravío de la fe en los guacales de la razón,
las astillas empujadas en el amanecer.
Este País no da para un vitral de trenes, ni para que resistan
las luciérnagas, sino para el agobio: sólo es cierta la ficción
con sus personajes furtivos; sólo es posible la somnolencia líquida
de la obediencia,
y la oscuridad, al fin, dispersa en la memoria: las horas colgadas
de la saliva y los brazos extendidos sobre la hojarasca.

Barataria, 04.II.2011

domingo, 6 de febrero de 2011

PULSO LABORIOSO


Siempre es así: la lluvia derramada en la boca; el afán de la breña
en los balcones, el parpadeo inaudible de la memoria;
el sol del afán nos carcome el instinto: el búho se niega a la fantasía
de la claridad, al fuego incesante del vértigo, a los adoquines
del contraste de la hojarasca.

 





PULSO LABORIOSO




…han oscurecido de repente
los troncos dibujados de los árboles
JOSÉ GARCÍA NIETO




Siempre es así: la lluvia derramada en la boca; el afán de la breña
en los balcones, el parpadeo inaudible de la memoria;
el sol del afán nos carcome el instinto: el búho se niega a la fantasía
de la claridad, al fuego incesante del vértigo, a los adoquines
del contraste de la hojarasca.
En contraste con el reposo, el viento quita las aldabas, (todo crece
en la puerta del anhelo,
las lámparas los espacios justos de la razón, la ventana, la mesa
palpitante, el tambor del pulso.)
Creo que el dolor, a menudo es innecesario en la movilidad
de las gaviotas, en la punta vertical de los alfileres,
quizá en la navaja que se adentra, concreta, en los armarios del alma.
Me toca caminar largos mundos de suspiros:
mirar hacia atrás del Universo, correr los toros de la tiniebla,
lanzar mediodías a las planicies,
soplar el dolor que resbala en los poros con la lucidez exacta del violín
que toca la paciencia doméstica de la porcelana;
cada día me avienta a nuevas labores:
libro en la paciencia, todas las batallas de los cuchitriles, el oro falso
en las aceras, la modorra oscura de la neblina;
indago en la concreción de lo sombrío, el azar de los güisquiles,
el zapote de la alcoba, los nísperos maduros de la habitación
donde otros vegetales son presencia leve.
Al final del día, completo mi faena, abriendo las ventanas; desnudo
el firmamento de la carne,
trasiego el alambique del viento a la noche; me olvido de los recatos
y emprendo, pues, el viaje a través del barco del olfato.
La noche que viene es larga, inmensa, fantasma definitivo:
—apenas tengo tiempo de pensar en las planicies, sí en los acantilados,
si en todos los años que he jugado a los guijarros,
si en el País de los muertos, en la piel gastada de la tristeza,
en las dudas que han durado toda mi vida,
sí en la pálida madera de los féretros, en el poquito de luz sobre
la sábana, en el aleteo del polen hecho magma,
sí en la farsa habituada de la piedad, en el goce del entresueño,
en toda la levitación de las hostias en medio de la saliva,
sí en las cucharas inalterables de la zozobra, en el destino del olvido,
en los trastos sucios del corazón,
sí en la bartolina del desfiladero, en el saqueo de la conciencia,
en las banderas arrastrando golpes, en el yermo de los perros,
si en los puños de la ponzoña que absorbe la sarna,
si en las aguas que siempre son improbables,
(sí en toda tu ausencia, acaso túnica borrosa de las elegías: magma
Escurridizo de la fantasía, siempre vaso de la noche en puerta cerrada.)

Barataria, 01.II.2011



viernes, 4 de febrero de 2011

CÁRCEL


En esta tierra, de pies a cabeza; de este a oeste; de norte a sur,
los brazos desnudos, arqueados, dentro del pozo del sigilo.
Los huesos callados duelen en la piel, nos ciñen las cucharas
de la respiración, la cara azotada por vientos fatigados:
andamos en pecho sordos bicentenarios,
guacamayas de meses sin almácigos, meses con hamacas de sal;
Fotografía: Paolo Neo


CÁRCEL





La vida me arrastraba de la mano
hacia un verano gris.
JON JUARISTI




En esta tierra, de pies a cabeza; de este a oeste; de norte a sur,
los brazos desnudos, arqueados, dentro del pozo del sigilo.
Los huesos callados duelen en la piel, nos ciñen las cucharas
de la respiración, la cara azotada por vientos fatigados:
andamos en pecho sordos bicentenarios,
guacamayas de meses sin almácigos, meses con hamacas de sal;
nuestro lecho es nuestra cárcel: morimos aquí entre peñascos
derramados por la rama del metilo;
ardemos aquí, con la soga rota del aliento y no pasa nada:
el vejamen ha sido la palabra exacta de lo vivido;
caminamos dentro del muro que nos asesta ojos tristes,
amos e imperios cocidos al carbón de los cuchillos.
Duele el horizonte quemado de la frente: el cuerpo derribado
dodos los días, la mente saqueada,
el espejo salpicado por tactos de granito;
desde siempre hemos tenido esta condición de novela negra:
cada día nos encierra en su final oscuro,
cada día ciega la respiración de los besos, la verdad a medias
de los que hablan o callan, el quiasmo severo del rostro en la fosa.
La vida corta la filatelia de los barrotes:
el miedo es la vianda desabrida de la ceniza en un País de desvaríos;
las paredes nos enturbian cada vez la mirada, cada vez más noche
como la ropa sucia tendida en las calles, las noches precisas
sobre los meses de invierno de las tejas, —(yo, vos, luces mortecinas
alrededor de los silencios de la noche, en la hamaca de los eucaliptos,
en las persianas ajenas a los ojos.
No sabemos hacia dónde nos avienta el puño del granito,
ni el final de esta zozobra de serpientes,
ni la estatua sin listerine en las encías, ni las pupilas alborotadas
del desprecio, ni la envidia en caricias de terciopelo.)
—Nos toca caminar entre el silencio de los muertos: a menudo
nos quedan grandes las mortajas, no así los grilletes de la tristeza.
Ojalá un día todo sea olvido: olvidar nombres, muertos, besos,
cuerpos putrefactos, murallas, mares que andamos;
ojalá esta cárcel no termine de cercenar la conciencia y nos convierta
a todos, en invisibles latidos de la espuma.
Por ahora, me quedo desenmadejando pájaros debajo de la sábana:
—vos y yo, sin pena ni gloria, como simples mortales en el ruidillo
de los serruchos, ahogados en la otra página de nuestra propia
destrucción, el mundo memorioso de los orgasmos…

Barataria, 31.I.2011

miércoles, 2 de febrero de 2011

HOJA DE LA DUDA


Hay vientos que se aferran al trayecto de la herida: forman su propia
túnica de espejismos, sombra en el atrio del pecho.
En su estanque, la desnudez se cubre de telarañas, progresivas
Mariposas resbalando en el traspatio de la voz.
Fotografía: Paolo Neo


HOJA DE LA DUDA





En ese mundo natural, sólo las latas y la paciencia
traen fecha de vencimiento.
RENÉ RODAS




Hay vientos que se aferran al trayecto de la herida: forman su propia
túnica de espejismos, sombra en el atrio del pecho.
En su estanque, la desnudez se cubre de telarañas, progresivas
Mariposas resbalando en el traspatio de la voz.
Es mejor deshojarme en el frío de la duda, a tener que soportar
El tránsito con agujeros y alfileres.
La fiebre da vueltas alrededor de las lámparas: así también
Me doy cuenta que los altares tejen grandes tinieblas, ebulliciones
de espuma, lecha oscura donde se inclina la alabanza.
En la estación muerta de las escaleras, el abismo tiene desniveles
de acordeones,
y subastas donde la hoguera exorciza los días de la semana;
aunque no se crea, las almádanas son necesarias para derribar
las mareas crecidas de los siglos empedernidos y los búhos negros
del idioma: las trenzas son singulares reptiles,
en presencia de la carne desollada de los cipreses.
Todavía me alimento de caracoles y luciérnagas: —aunque cause
alarma, me inquieta el desmayo en las claridades,
o si se quiere, el resplandor en las salas de los aeropuertos,
donde todo mundo quiere salir a las terrazas de los helechos
invisibles. De pronto ¿es cierta la brisa azul que se cuelga de la lengua,
del cielo lunar del azúcar, de la hoguera que estalla en la garganta?
—Todos los días del calendario son difíciles de entender;
hoy mismo cuando las muchachas caminan por la calles de la ciudad
en medio de bestiarios,
de fisuras y bagatelas, de aguas desconocidas ensuciando el día.
Hoy podemos inventar cualquier cosa: de ahí que los equívocos,
nutran la vida ciudadana; que la vida ciudadana esté siempre en litigio,
y abunde por doquier la sospecha
de la limosna del ciego en los videntes.
Cuando ardemos, caducamos en la varita mágica del tiempo;
nos llena la calle con sus versos de granito, el colofón de la historia
no advertida, la avena del musgo en el olfato,
las verdades que nunca llegan a serlo en medio de la maleza,
el mérito de los pezones para los ojos sin brújula, el filo de las alambradas
sobre el pan incubado para albergues:
todo exceso es duda. Todo sueño sobre piedra es duda. Toda palabra
es una escalera donde el alfabeto tira sus dados para probar
la suerte del zigzag en las pupilas.
A menudo los tambores de la saliva no sirven para levantar el deseo,
Sino para regocijar la caries declamada por las lámparas…

Barataria, 30.I.2010