Dejo todos mis pálpitos en el petate del aliento. Dejo mis ecos
de madera, abriéndose en el monólogo de las ventanas: a fin de cuentas,
éstas conocen todos mis días de vigilia, de mirar el horizonte
con la vehemencia de las luciérnagas, de todos los sonidos
transcurridos de la noche.
TESTAMENTO DEL VÉRTIGO
Perfect Strangers
Can you remember remember my name
As I flow through your life
A thousand oceans I have flown…
DEEP PURPLE
Dejo todos mis pálpitos en el petate del aliento. Dejo mis ecos
de madera, abriéndose en el monólogo de las ventanas: a fin de cuentas,
éstas conocen todos mis días de vigilia, de mirar el horizonte
con la vehemencia de las luciérnagas, de todos los sonidos
transcurridos de la noche.
Dejo la sangre de mis palabras abriéndose a otras respiraciones:
cada minuto de sal, la semioscuridad de las cerraduras,
todos los caminos que de madrugada que condujeron a los violines,
la almohada con las pulsaciones de la ceniza, la hoja colgando
de la puerta, los fantasmas que anduvieron conmigo hasta la saciedad.
Siempre fui extraño como un cónclave de insomnios:
dejo los desvelos abriéndose a mejor suerte, los puentes que tatuaron
mi feligresía, cada sombra del zodíaco,
lamida por el litoral de la lengua, por las gotas de gaviota en una lágrima.
Mientras me marcho quiebro el taburete del reloj
en el pañuelo tibio de los labios que una vez me acompañaron;
aún las piedras detienen la estatua de los pájaros,
la pipa de las telarañas en el bostezo de los murciélagos,
los agujeros del viento en mi camisa gastada por el asfalto,
el aire turbio de las raíces que han envejecido en mi ojo:
en la hamaca de las pestañas caben los cartapacios oscuros
de la conciencia, el orgasmo a flor de piel de los espejismos,
el sacrificio de pájaro en la respiración del océano.
(Antes de partir debo levantar el polvo de las escaleras, el pozo profundo
de la congoja, el tren del invierno sobre los rieles de las luciérnagas:
nada es fortuito en las campanas muertas de la tormenta,
en los ácidos cabellos que cuelgan de los cirios, en el candil
apagado de los fríos,
en el paraguas descompuesto del reloj.
Hay un puño de silencios que horadan mis sienes: toda ausencia
de los violines en los hombros, el césped de cada página que fui leyendo
en las costillas de la vida.
No sé qué otras cosas dejo en el firmamento miserable de las aceras;
pero subo al vacío de la espuma sin el paraguas de costumbre,
sin el andrajo de las palabras, con el bostezo del tizne,
sin, acaso, la luna de los brazos, la sábana de la ola,
sin el azúcar servido en la mesa, con la mortaja a punto de ser cuerpo,
con esta salda estrella de la oscuridad.)
Barataria, 27.II.2011
Siempre vale la pena quedarse en tus paisajes, y no sé que otras cosas dejas en el firmamento, pero a mi me dejas siempre con el paladar henchido.
ResponderEliminarUn abrazo
Marian
Querida poeta Marián, siempre es un honor recibir en este cielo tus palabras. A mi me pasa lo mismo con tu poesía: siempre de alto vuelo.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga