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martes, 1 de marzo de 2011

MEMORANDO DE LA ESPINA


Siempre queda la imagen, aunque después, la misma se disipe.
Siempre existe la posibilidad de que esa sensación desconcierte,
con su embriagado filo, el insomnio la vuelve destellos de la sangre,
oscura sonaja de los golpes.



MEMORANDO DE LA ESPINA




I walk alone in dreams
I cannot feel, I cannot see…
THE TROGGS




Siempre queda la imagen, aunque después, la misma se disipe.
Siempre existe la posibilidad de que esa sensación desconcierte,
con su embriagado filo, el insomnio la vuelve destellos de la sangre,
oscura sonaja de los golpes.
Aquí, en este suelo, se rompen los sueños, en este desierto
de barcos y trenes, en este ambiguo País de sueños:
no puedo entender esta permanente elegía, celebrar doscientos
años de oscuridad,
seguir celebrando la oscuridad con matices de dialéctica,
peinar la saliva fingiendo que es jarabe para curar la tos, la artritis,
el mal de ojo de las estrellas, el granito en las pupilas,
la piel de los perros como bufanda: siempre están aquí los techos
en el cogote, las palabras en la cloaca.
A menudo dan risa tanta ala irrespirable al ras del suelo:
el dogma del pozo con ecos de musgo, aves ciegas habitando aguas
igualmente ciegas, los agobios en tazas de azúcar,
la sociedad nueva en espejos cansados,
el sudor en solapas tejidas por ramas siniestras de adoquines.
(No sos sólo vos que rompés la armonía de mi garganta:
es esta acumulación de afonías, auroras átonas para edificar
el futuro; días sin rescatarse de la noche: hoy el punto es la hora
cero del horizonte, el desorden de los transistores,
el capullo del mañana en vinagre. No sos sólo vos que te volviste
espina en los sueños,
sino el horizonte que tiene destino de pústulas, puentes de bejucos,
y luminosas oscuridades de sombra.)
este memorando está dirigido a las estatuas: el firmamento es atroz
hoguera, asa con peces convulsos, sombra extendida en el techo
de lo difuso, vahído del vértigo en cada palabra adherida a los poros.
Hasta la boca llegan los desmayos: ciego tiempo cerrado en la sombra,
Extraviados taburetes donde la ternura no tiene cabida,
Ni la vida un puchito de ventanas para sacar el aire viciado
De los pulmones. Sé por qué digo que el frío se ha extendido, pese
Al fragor de las espinas; conozco, naturalmente, las atrocidades
De la salmuera, hacia dónde lo sombrío se volvió mercado de pulgas,
La vida anochecida sin ver los ojos del verdugo,
El metal destapado en la piel, la sábana roída sobre el cuerpo.
Antes ya he estado dentro de estos hígados de hiel, exhalando
Las ventanas sucias del smog, el pecho náufrago del viento,
El animal que soy desterrado de los sueños: siempre el destino,
—aquí, allá, en cualquier parte— es una balanza en desequilibrio.
Barataria, 01.III.2011

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