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martes, 8 de febrero de 2011

EL SOMBRERO EN EL PAÑUELO DE LAS VÍSCERAS


Debajo de las aldabas, el vaso del olfato con sus juegos atroces.
La sangre secreta en las ramas del musgo, va rompiendo
el aliento: desnuda las esquirlas de la memoria, vuelve escarabajos
las raíces de la ternura, permea el destello de las vértebras,
torna patética la lengua del aire.
Fotografía: Jon Sullivan



EL SOMBRERO EN EL PAÑUELO DE LAS VÍSCERAS




me cansan esas viejas
ciudades de provincia
y todo lo que un puente sobre un río
oscuro simboliza.
ANDRÉS TRAPIELLO




Debajo de las aldabas, el vaso del olfato con sus juegos atroces.
La sangre secreta en las ramas del musgo, va rompiendo
el aliento: desnuda las esquirlas de la memoria, vuelve escarabajos
las raíces de la ternura, permea el destello de las vértebras,
torna patética la lengua del aire.
Con cada flecha he trocado la dulce sal del reloj que sofoca
los cristales y la desolación de los pañuelos.
cada día desvela, ciego, las habitaciones del sueño: —el sembradío
sin palabras de la noche,
reparte largos huesos de polvo,
trenes petrificados en la sal de los rieles,
aguas duras de vagones, campanarios de brazos cerrados,
cansancios de hojarasca, dedos oscuros de alas, gritos de lápidas
perdidas en medio de las vísceras, sin destinatarios evidentes.
De pronto la calle, surco de bocas con panales de dudosa garganta,
odios que sólo entiende el agolpamiento de las sombras,
los fantasmas de los candelabros,
el fósforo negro de los tizones,
y el tizne: alfombra sonámbula de la desesperanza.
(Tapamos nuestras vísceras rotas con el sombrero cerrado de la niebla,
con tanta pared solitaria de murciélagos, con el rostro
retorcido de la salmuera, con todo el cielo comido de las piedras.
Nunca hemos salido ilesos de la respiración: pertenecemos al mundo
del bosque y no a la orina en cada esquina de los zapatos:
pertenecemos a la sed de los muelles o los embarcaderos
y no a la sucesiva cáscara de las moscas, zumbando como estrellas
negras en las ventanas;
el sombrero del aliento con su galope de armónicas, es nuestro
arco iris: —lo demás nos duele como un pájaro comido por la noche.
Nos confundimos con cada muerte anónima en los tragantes;
en medio de la breña, la palpa de la mano de la angustia,
el ruido de los nudos del forcejeo, la oscuridad del calabozo y esta
locura que no concluye. Y los acantilados.)
En la hornilla del luto, la tortilla con esquirlas, el café negro
de la zozobra, los dientes fermentados de silencio.
No hay claridad en la lágrima que gotea sobre el rostro: duelen
los pañuelos de tanta sombra acumulada,
el ala desenterrada,
la hora cero de las paredes mudas, los tatuajes oscuros del vértigo,
cada astilla furiosa mordiendo la garganta.
(—A vos, en cambio, te acecha la brasa de otra sed: quizá ya no
La semilla de los grises; a mí en cambio, me duele la sábana marchita
De los pájaros, la almádana inesperada de los recuerdos,
Esta alfombra envejecida del infierno…)

Barataria, 05.II.2011

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